domingo, 11 de octubre de 2009

Cuentos memorables


Por Isaías Medina Ferreira

En un escrito anterior, cuyo título era De libros y lecturas, hablaba sobre los libros, casi todos de ficción, que me habían impresionado a lo largo de mi vida y en él dejaba entrever que dedicaría un segundo escrito exclusivamente al cuento o relato corto. Como lo ofrecido es deuda, por fin he logrado estructurar dicho artículo y aquí lo ofrezco, siempre con la esperanza de establecer diálogo o por lo menos tocar a algún joven aficionado a la literatura y éste le sirva de orientación. Esto último sería la mejor recompensa que podría recibir.

El cuento, si es bien manejado, es el género más fascinante que hay en literatura. Dicen los expertos que por su brevedad y la intensidad que requiere, es también el más difícil.

Las imágenes que crean una tensión tan densa que se podría cortar; la manipulación magistral del tiempo y el espacio de ficción que dan la sensación de un mundo tridimensional; la secuencia de actos que aunque parezcan absurdos, dentro de su contexto, el narrador los hace creíbles; la creación de expectativas de algo que no ocurre o si ocurre es diametralmente opuesto a lo que esperabas; y las ironías de la vida que te alcanzan hondo y te hacen pensar, meditar y explorar la condición humana, son algunos de los ingredientes que hacen a un relato estupendo.

¿Qué es un cuento? La pregunta no es nueva y las respuestas varían. En lo que sí parece haber consenso es en que el cuento debe ser intenso, tratar un solo tema central, ser económico en cuanto a las palabras escogidas y por ello insinuar, sugerir, tanto como decir. En un cuento, tan importante es lo dicho expresamente como lo tácito y las luces como las sombras. En un cuento sí que no puede haber desperdicios, como le gusta tanto decir a la gente hoy día.

¿Cuán extenso debe ser un cuento? Alguien ha dicho que un cuento no debe tener más de 10,000 palabras de extensión. Por supuesto, esa es una determinación arbitraria. Algunos cuentos como El perseguidor de Julio Cortázar se extienden por más de 50 páginas y otros hay que no llegan a las cien palabras como éste de García Márquez: "...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida". Otros, como El dinosaurio, de Augusto Monterroso, sólo constan de una línea: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Estos dos ejemplos son una muestra de lo que hoy se ha dado en bautizar como micro-relatos. Aunque es aceptado que tanto El perseguidor como El dinosaurio son dos extremos de lo que puede ser un cuento en cuanto a extensión; típicamente, un cuento consta en promedio de 700 a 2,400 palabras.

Notará el lector que los cuentos que expongo en este escrito son todos latinoamericanos. Eso es adrede, por falta de espacio y de tiempo. Sin embargo, siendo el cuento un género que se practica, y se ha practicado por siglos, universalmente, existen tantos maestros en ese género, que para hacerles justicia habría que hacer otra selección con objetivos más amplios. Pienso en figuras como Antón Checkov, Fran Kafka, Ernest Hemingway, William Faulkner y Mark Twain, entre otros.

Por ahora, he aquí algunos relatos de maestros latinoamericanos indiscutibles del género que me han impresionado de tal forma que los tengo que releer cada cierto tiempo. La mayoría, si no todos, están al alcance de los lectores:

La autopista del Sur (Julio Cortázar); La galería (José Luís González); La mujer (Juan Bosch); La gallina degollada (Horacio Quiroga); El almohadón de plumas (Horacio Quiroga); La nochebuena de Encarnación Mendoza (Juan Bosch); El matadero (Esteban Echeverría); La siesta del martes (Gabriel García Márquez); Míster Taylor (Augusto Monterroso); Soliloquio o monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (Gabriel García Márquez); En este pueblo no hay ladrones (García Márquez); No oyes ladrar los Perros (Juan Rulfo); El hombre que lloró (Juan Bosch); Hombre de la esquina rosada (Jorge Luís Borges); Los fugitivos (Alejo Carpentier) y Ahora que vuelvo, Ton, de René del Risco Bermúdez.

Si de esos relatos tuviera que elegir uno sólo, sin lugar a dudas sería La autopista del Sur. En esa historia Cortázar, usando como vehículo de narración un tapón de tráfico descomunal, crea un microcosmo fugaz que tiene su génesis (como en la creación), va a través de una expansión similar a la civilización en general, con sus reglas, injusticias y desórdenes, y luego colapsa, cuando se desbarata el tapón, dejando desubicados a quienes asimiló ese mundo por unos cuantos días y en cuya sociedad de infortunios floreció el amor o la camaradería, que la carrera loca de los autos que se alejan en la autopista al deshacerse el tapón diluye y destruye para siempre.

El cuento de nuestro malogrado René del Risco Bermúdez, Ahora que vuelvo, Ton, insinúa que la pobreza de espíritu nos hace más miserables que la pobreza física.

En El matadero somos testigos de los extremos a que pueden llegar hombres que individualmente son pacíficos y que una vez asociados en grupos se pueden convertir en salvajes irracionales.

Quiroga es el maestro de los finales chocantes: El almohadón de plumas, y La gallina degollada tienen un final tan inusitado, que tiempo después de haber leído ambos relatos, el efecto horripilante del desenlace le hace a uno estremecer el cuerpo.

En el desenlace de La Galería, del domínico-puertorriqueño-mejicano González, confluyen lo inhumano y la indiferencia ante el infortunio ajeno de manera anonadante y repugnante.

Juan Bosch es el maestro del tema campesino y social, y la vida trágica que a veces impone la pobreza a sus moradores. Aunque menciono sólo tres de sus cuentos, del gran maestro se puede decir que casi todo lo que escribió era excelente, pero tenía que poner un límite al escrito. En La nochebuena de Encarnación Mendoza, confluyen lo irónico y lo trágico de manera magistral. Bosch es asimismo un maestro del tema social, en el que sin ser panfletario retrata la lucha del hombre contra las injusticias de su medio y las consecuencias que esa lucha tiene en la condición humana. En El Hombre que lloró, la impotencia de un hombre camino al exilio y la ironía de no poder ver su familia, la que sin saberlo se aloja frente a la casa donde está escondido por motivos políticos, son un precio caro que paga el protagonista. En La mujer, lo irónico y lo absurdo se dan la mano para crear un desenlace sólo comprensible por ser sus protagonistas seres elementales en una sociedad primitiva.

Míster Taylor, de Monterroso, es la quintaesencia del victimario convertido en víctima de su propia invención cruel.

El perro es el amigo más fiel del hombre, pero ¿qué sucede cuándo la propia libertad está en juego? En Los fugitivos se da el caso de un perro guardián y un esclavo que escapan juntos sólo para que al fin, después de la pareja haber compartido mil infortunios, el perro salte a la garganta del negro esclavo y lo mate, como alguna vez había sido entrenado a hacer por sus amos.

Jorge Luís Borges es un mago. En Hombre de la esquina rosada acontece un crimen en las narices del lector. ¿Quién fue el victimario? Ahí está la gran incógnita. Sólo después de una segunda o tercera lectura, descubre uno quién fue el criminal.

Los cuentos de García Márquez están considerados por los críticos entre lo mejor que se ha escrito en el género en cualquier época y lugar, llegando algunos a considerar todos los cuentos de su libro Los funerales de la Mamá Grande, como obras maestras. Parte de este libro es el cuento La siesta del martes el cual es una lección de firmeza y determinación ante la hostilidad. En el cuento En este pueblo no hay ladrones ocurre un robo estúpido, de algo de por sí sin valor para el ladrón, unas bolas de billar, pero sí de gran valor social para un pueblo donde no existe mucho más que el billar para divertirse. Las consecuencias sociales y el impacto que el robo tiene en la conciencia del ladrón, lo conducen a un desenlace aún más estúpido, pero justo. El Monólogo o Soliloquio de Isabel viendo llover en Macondo parece ser la semilla del diluvio que anegó a Macondo en Cien años de soledad, sólo que esta vez, la lluvia subyugante es el tema central del monólogo.

No oyes ladrar los perros, de Juan Rulfo, trata sobre la desesperada carrera de un padre por salvar a un hijo crecido a quien a pesar de haber desheredado, con todo el esfuerzo descomunal y las precariedades que enfrentan en el camino, lleva en andas hasta un pueblo lejano, sólo para cumplir una promesa que ha hecho a su difunta esposa.

Hasta aquí mi lista de cuentos memorables y mis centavos de interpretación de los mismos. Espero que aun siendo tan breves, las explicaciones encuentren terreno fértil, sobre todo en las mentes de los jóvenes que tienen intención de dedicarse al trabajo creativo y puedan expandirlas con sus propias versiones y apreciaciones.

1 comentario:

  1. Excelentes sinopsis de excelentes cuentos. Es un genero que me fascina. Lamento y eso me hace sentir mal que algunos de los que mencionas, no los he leido. Lo agregare a mi lista ( interminable ) de cosas pendientes

    ResponderEliminar

galley472@yahoo.com