lunes, 17 de agosto de 2009

Dominicana y Haití


Por Isaías Medina Ferreira

En una situación única en el globo comparten una isla en medio del mar Caribe, pero estando tan cerca no hay dos naciones más distantes y distintas tanto cultural como socialmente. Dos idiomas, español y francés; dos costumbres diferentes, juegan un mayor rol en separarlas que la endeble frontera física que las divide. Como es de esperarse, estas diferencias han generado más de un encontronazo entre ambos países a través de la historia, lo que ha generado resentimientos y desconfianza a ambos lados de El Masacre, el río que en parte sirve de línea divisoria, con el consecuente alejamiento y falta de entendimiento.

Decir que las relaciones de ambos países han sido accidentadas y difíciles, es un pálido reflejo de la realidad.

Mientras los demás países se emancipaban de España, los dominicanos nos independizábamos de Haití, en 1844, tras 22 largos años de dominio y barbarie. A manera de venganza, a finales de los años de 1930, en 1937, el dictador Trujillo mandó a matar miles de haitianos. Hoy, la dura existencia de la mayoría de los haitianos en República Dominicana, víctimas del prejuicio, el racismo y el maltrato, no podría ser más menesterosa y humillante. Muchos consideran como anti-dominicano expresar estas verdades. Yo considero indigno callarlas. Primero, porque con ignorarlas posponemos las soluciones, y, segundo, porque estamos hablando de dos gentes, los dominicanos y los haitianos, que han sido ambas víctimas de gobernantes en extremo corruptos y desorganizados.

Haití —que en un tercio de la isla empaqueta una población casi comparable en números al de su vecino que ocupa los dos tercios restantes—, con sus montañas taladas y poca tierra cultivable, es la nación más pobre del hemisferio occidental, y República Dominicana, económicamente mejor, pero siempre al borde del abismo, tienen, como casi toda Latinoamérica, algo en común: han sido países desgobernados y arrasados económicamente a través de casi toda su historia.

Las relaciones Haití-Dominicana nunca han sido motivo de preocupación para los gobiernos de turno en ambos lados. Después de todo, ellos, los haitianos, son mano de obra barata que históricamente ha sido utilizada primordialmente en el corte de la caña de azúcar y después repatriados. Sabemos, sin embargo, que la repatriación ha sido irregular y que muchos se han quedado. Eso, sumado a los que cruzan la frontera a diario, ha acumulado una diáspora haitiana que hoy se estima en mas de 1 millón y medio de ilegales haitianos en suelo dominicano, la mayoría subsistiendo en pobreza extrema, casi infrahumana, con el consiguiente impacto social negativo.

Si bien los haitianos ilegales y el activo contrabando a través de la frontera deben ser motivo de preocupación, y a lo que se debe buscar solución inmediata, es lo que significa a largo plazo el seguir desatendiendo las relaciones con el vecino país, lo que en realidad debe alarmar a las autoridades y a los ciudadanos dominicanos.

Sé que a muchos dominicanos no les agrada oírlo, pero el destino dominicano está íntimamente ligado al de Haití, una porque alrededor de ambos países sólo hay agua; dos, por ser países pequeños y débiles, con recursos muy limitados; tres, porque ambos tienen altas tasas de crecimiento que bien pueden añadir más de un millón de personas cada 10 años a sus respectivas poblaciones; cuatro, porque las relaciones internacionales se hacen cada vez más complejas y exigen bloques de cooperación entre vecinos; y, cinco, porque la cercanía los hace susceptibles a que lo que aqueje a un lado de la isla, por ejemplo, en materia de salubridad o ecología, afecte al otro.

Y bien podría suceder, si se tiene en cuenta el ensanchamiento de la brecha económica entre países ricos y pobres, que, sumado a que cada día son más almas en cada lado de la isla, a uno o ambos países se les imposibilite mantenerse a la altura de estándares de salud que eviten epidemias. Por la cercanía, es en el mejor interés de la República Dominicana que en Haití no haya posibilidad de un brote de “cólera”, por ejemplo, lo mismo que para Haití que no lo haya en República Dominicana. En ese sentido, lo que es bueno para Haití es bueno para República Dominicana y viceversa. Debemos meternos en la cabeza que el avance de uno u otro país se verá afectado siempre por el más débil de los dos, que querámoslo o no, será como un lastre que lo menos que hará será frenar nuestro ascenso. Como dicen, la fortaleza de la cadena se reduce a la fortaleza del vínculo más débil.

Es hora de cooperar y olvidarnos de rencillas pasadas. Siempre he creído que la situación con Haití es como pasearse sobre un polvorín con un cigarrillo encendido. Estamos hablando aquí de dinamita social que puede ser encendida por la desesperación del hambre que es mala consejera y no obedece a frenos.

Y no es con el anti-haitianismo, creador de resentimientos y odios cegadores, que resolveremos nuestro dilema con Haití, sino con inteligencia, diligencia y seriedad. ¿Quién gana cuando un dominicano mata a un nacional haitiano o un nacional haitiano mata a un dominicano?

Lo que propongo aquí no es que se junten las dos partes de la isla bajo un gobierno único —algo a todas luces casi imposible, al menos por ahora—, sino que siendo cada quien independiente, haya más intercambios y tratados bilaterales, que se cumplan, entre ambas naciones para enfrentar problemas comunes. ¿Fácil? No, se necesitarán recursos, paciencia y mucha buena voluntad, de ambos lados. Pero habrá que hacerlo para evitarles mayores complicaciones a nuestros hijos. En cincuenta o cien años, con una demografía fuera de control y recursos naturales limitados, podría ser mucho más difícil... y posiblemente explosivo.

Por supuesto, esto exige que la casa de cada quien esté limpia... y parece ser que los gobiernos de ambos países, o son incapaces, o les falta interés de controlar, y con el tiempo erradicar, la corrupción institucionalizada que como una hidra asoma sus feas cabezas en mil frentes, condición sine qua non para lograr salir del atolladero que no les permite avanzar a ninguno de los dos países.

Si los gobiernos de ambos lados siguen como el avestruz, es posible que cuando traten de levantar la cabeza, ésta se hunda más en la arena, fruto del golpe fulminante a sus traseros. Si no toman control de la situación, la situación misma, en caóticas olas de reacción reflejo se encargará de imponer su control.

1 comentario:

  1. Saludos Isaia, me gustó el artículo, y debo agregar a lo que dijiste, que la mayoría de trabajos pesados no lo realiza el dominicano, sino los hombres de nuestro vecino país. Ojalá, el gobierno de la Rep. Dom. encuentre una manera de asociarse con algún organismo internacional que pueda ayudar a Haití a encaminarse hacia el desarrollo, somos una isla, y, al igual que el cuerpo humano, cuando un brazo duelo afecta el funcionamiento del cuerpo entero.
    Un abrazo
    J. Tineo (Homerito)

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