Por José Carvajal
La importancia de los premios también muere. Hay muchos que en determinados momentos catapultaron las carreras de poetas y escritores; galardones que ya desaparecieron. Y otros que languidecen en la “rueda del éxito” por tradición, pero no representan para nada lo que otrora, cuando lanzaban a la fama y lograban colocar los nombres de los galardonados a un nivel de superioridad ante lectores ávidos de novedades.
Ese grado de superioridad venía acompañado de las ediciones de las obras, que garantizaban a su vez una venta masiva y contratos editoriales de suma importancia, aun cuando el premio no fuera auspiciado por una importante firma de la industria del libro. Pero muchos de esos incentivos han desaparecido con el tiempo.
Basta mirar en retrospectiva y reflexionar acerca de la importancia de ganarse un premio literario que si no ha desaparecido del parnaso no es porque le sobra oxígeno, sino porque a los organizadores les cuesta entender que el tiempo lo decide todo, hasta las circunstancias, la calidad del jurado y las obras que se premian.
En los casos de los premios importantes desaparecidos, las circunstancias primaron sobre la terquedad o el ánimo de prestarse a juegos publicitarios de la actualidad que en vez de ayudar a los galardonados terminan ridiculizándolos. Eso ocurre cuando se desvirtúan las razones, sean comerciales o literarias, que dan origen a ciertas convocatorias.
Uno de los premios más prestigiosos para la literatura hispanoamericana fue el Biblioteca Breve, que lanzó al estrellato a escritores como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante y otros no menos importantes. Incluso, aun en el caso de ser declarado “desierto”, como ocurrió en 1960, bastaba ser finalista del Biblioteca Breve para consolidar una carrera literaria.
Fundado en 1958, el Premio Biblioteca Breve entró en crisis en 1970 al no entregarse por disputas internas entre los fundadores de la editorial Seix Barral, que lo convocaba y patrocinaba. Hay versiones de que ese año lo habría ganado el chileno José Donoso con “El obsceno pájaro de la noche”, o quizá el peruano Alfredo Bryce Echenique con su exitosa novela “Un mundo para Julius”. Sin embargo, aquí lo que resalta es que el codiciado galardón dejó de entregarse de 1972 a 1999, y que cuando reapareció en este último año lo ganó el mexicano Jorge Volpi con “En busca de Klingsor”. Pero ya no era ni es igual. En esos 27 años en que estuvo en “estado comatoso” el Biblioteca Breve perdió todo su esplendor. En otras palabras, no significa lo mismo para las nuevas generaciones de lectores.
La premiación de Volpi despertó un gran entusiasmo porque, para muchos, con esta resurgía un símbolo de calidad que coronó una época de oro (la del boom) de la literatura latinoamericana. Sin embargo, los que sucedieron a Volpi padecieron o padecen la falta de aplausos de un lector quizá menos exigente o nada interesado en los galardones del pasado.
Es mucho lo que se puede escribir de los premios literarios; ninguno se salva de las críticas por presunta manipulación, negociaciones tras bastidores, soborno o falta de calidad de los jurados, o por “intereses creados” al interior de las entidades que lo patrocinan. También encierran historias de escándalos de plagio y otras nomenclaturas. El mismo Premio Nobel de Literatura no escapa a tales conjeturas.
Por cierto, en estos tiempos los premios literarios que derivan de concursos tienen importancia más por la dotación económica que por la calidad de los autores galardonados y el prestigio que representan. El Planeta, por ejemplo, tiene una dotación de unos 700 mil dólares; el Alfaguara 175 mil; el Primavera de Novela unos 116 mil (hace par de años era de 230 mil, pero la editorial Espasa Calpe y el Ambito Cultural de El Corte Inglés que lo convocan redujeron el monto en un cincuenta por ciento por la crisis económica que afecta a España). Quizá sea significativo apuntar que la dotación de 100 mil dólares del Premio Rómulo Gallegos ha bajado a casi la mitad debido a los ajustes con la tasa de cambio en Venezuela.
Otro premio importante en su momento fue el de Casa de las Américas que se otorga en Cuba desde 1960. Alcanzó prestigio por el impulso que le dio la revolución (cultural) cubana, por el compromiso político con Latinoamérica y el Caribe, y por la innegable calidad de los miembros del jurado de los años de esplendor en cada una de las categorías. Sin embargo, desaparecida o debilitada aquella maquinaria continental que dio a conocer a muchos escritores vinculados a una lucha ideológica necesaria en la segunda mitad del siglo 20, se puede decir que ganarlo ahora no significa lo mismo de entonces.
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