Por José Carvajal
Aquí se incluyen las dos primeras partes de tres de este escrito.
Los premios literarios condicionan la lectura. No es lo mismo enfrentarse a un texto autenticado por un galardón, que a otro huérfano de la bendición de un congreso de jurados contratado para estudiar el discurso y emitir un veredicto, como en los tribunales que administran la Justicia en las sociedades civilizadas.
Un veredicto es, o debe ser, el resultado de deliberaciones sesudas que derivan a su vez del análisis y la reflexión. En el juicio literario de un concurso, la sentencia a favor de un “premio único” es la condena de los demás aspirantes al galardón. De modo que el premiado será siempre el mejor, el texto sin manchas, el que convence a dos de un panel de tres jueces. O en su defecto a todos, que es lo que se llama “por unanimidad”.
Aparte de lo metálico, si se ofrece en las bases del concurso, el beneficio del premio es que el lector se acerque a la obra confiado en el filtro especializado que por lógica representan los miembros del jurado, quienes venden ese servicio basado en sus experiencias, conocimientos, y a veces prestigio, para dar al final una certificación que motive primero el aplauso y la aceptación de la “sociedad intelectual”, y luego el orgullo de la entidad que patrocina el premio.
La sorpresa sin embargo no deja de ser mayúscula cuando se descubre que el jurado ha obrado en “vía contraria” de lo que se espera de él. Y cuando el texto premiado está plagado de “manchas indelebles”, por decirlo de alguna manera, las preguntas son lógicas: ¿habrá hecho el jurado su trabajo? ¿Leyó el texto que premió? ¿A quién se pretende engañar con un veredicto que no se corresponde?
Es el caso del Premio Funglode de Poesía Pedro Mir 2013 otorgado al libro “Sumer (Poética de los números)” del dominicano Virgilio López Azuán. Quizá debo anotar que López Azuán no es un poeta cualquiera, ya que se desempeña como rector de la Universidad Tecnológica del Sur (UTESUR) de la provincia de Azua, en República Dominicana.
Amparada en el veredicto, la contraportada de la obra de López Azuán indica que el libro “recoge en él los orígenes y herencias de la humanidad”. Y luego destaca que “un reconocido jurado integrado por los escritores León Félix Batista, Basilio Belliard y Fernando Cabrera decidió por unanimidad conceder el galardón a esta obra teniendo en cuenta el ejercicio de imaginación, su diversidad y coherencia, su aliento cosmogónico, el despliegue de saberes y sentires, así como los riesgos formales que asume”.
Si el veredicto no fuera tan pretencioso, tal vez el jurado se hubiera salido con la suya. Pero la ambigüedad y la falta de especificidad hacen sospechar que los “peritos literarios” solo leyeron el título y el subtítulo de la obra, pues “Sumer” no es ni se asoma a lo que anuncia el título, ni tampoco honra el enunciado del subtítulo “Poética de los números”.
La pretensión apunta desde el principio a la exploración de “la poética de los números”, pero al final es lo que menos hace el poeta. Tal vez la falla principal está en llamar “poética” lo que en este caso solo sería poesía. Pues “poética” sustantivo es muy distinto a “poética” adjetivo. Además, en el subtítulo aparece como un sustantivo seguido de la preposición “de”. Tampoco es lo mismo “Poética de los números” que “Poética [para] los números” (ni “antología poética” que “antología de poética”). De tener que escoger una de esas frases para el libro de López Azuán, creo que la de menor riesgo sería “Poética para los números”.
Los estudiosos definen la poética como una aproximación científica del discurso literario. En otros casos es el estudio de la especificidad de algo. Sellaré el tema del subtítulo subrayando que la palabra se remonta a la “Poética de Aristóteles”, y que se desvirtúa vergonzosamente en el subtítulo del libro premiado de López Azuán.
En cuanto al título “Sumer”, la trampa está en atribuir una profundidad textual que no se trabajó en estos poemas; en hacer creer que el libro se ocupa de la exploración “poética” de los números y sus significados a partir de los sumerios, es decir, del origen de la civilización en la antigua Mesopotamia, en el sur de aquella remota región que hoy incluye Irak y Kuwait.
No hay tal exploración milenaria en el libro premiado de López Azuán. Pero este tema lo dejo para la segunda entrega de este trabajo, que publicaré próximamente.
Virgilio López Azuán y la portada del libro.
Creo que en la entrega anterior dije que no hay tal exploración milenaria en la obra premiada del dominicano Virgilio López Azuán. Las páginas de este libro se ahogan en la pretensión de un conocimiento histórico que no logran exhibir y en lugares comunes propios del poeta que escribe sin reflexionar; y aunque entendemos a Octavio Paz cuando dijo que “un poema no tiene más sentido que sus imágenes”, debemos tomar en cuenta que no toda imagen es metáfora.
La metáfora es el corazón de la poesía, vive en ese misterioso organismo que es el lenguaje y su significado, pues “una palabra aislada” —escribió el mismo Paz— “es incapaz de construir una unidad significativa. La palabra suelta no es, propiamente, lenguaje; tampoco lo es una sucesión de vocablos dispuestos al azar”.
De eso último está lleno “Sumer (Poética de los números)”; de “vocablos dispuestos al azar”. Y tal vez en la frase “al azar” está el alejamiento del tema que anuncia el título de la obra, y lo que hace sospechar que el jurado le otorgó el Premio Funglode de Poesía Pedro Mir 2013 sin leer estas páginas, que están muy lejos de ser una “poética de los números”.
Los números son como seres vivos; construyen y destruyen vidas, nos llevan las cuentas desde que nacemos y nos someten al régimen inevitable de contar con ellos en lo cotidiano. Nadie puede vivir sin números, porque sin esos raros elementos no hay futuro ni tendríamos pasado. Por los números sabemos si somos ricos o pobres, la edad que tenemos y la que tienen nuestros contemporáneos; el calendario no existiría sin los números, en fin.
La poesía, como expresión de vida, de pasado y presente, tampoco ha estado exenta de los números, los nuestros, esos a los que López Azuán quiso escribirle la historia cosmogónica en cien poemas (del 1 al 100) y cuyo intento quedó en el título de la obra y sucumbió en el subtítulo. He ahí el primer desconcierto, y el mayúsculo error del jurado cuando decide otorgar el premio a un libro en el que según el veredicto "se manifiestan los orígenes y las herencias de la raza humana”.
Cualquier marco histórico del origen de los números, ya sea en prosa o poesía, no puede pasar por alto la mención de Euclides, Claudio Ptolomeo, Arquímides, ni de otros clásicos que sentaron las bases para el entendimiento y la invención numérica de las cosas. De hecho, el matemático y filósofo Pitágoras declaró muy tempranamente que “el principio de todas las cosas son los números”.
De modo que los números y la poesía han recorrido juntos el camino del universo, y un ejemplo de ello es la métrica. Pero después de avanzar hacia el verso libre la poesía se hizo adulta en la madurez del poema y exploró el misterio de los números y sus significados a partir de la reflexión y contemplación propias del poeta, quien no deja de ser un filósofo empírico. Una de las más célebres conexiones entre números y poesía es el poema que la Premio Nobel polaca Wislawa Szymborska dedica al número Pi, el cual establece la relación entre el diámetro y la longitud de una circunferencia.
Pero también hay ejemplos menos complicados. Rafael Alberti, Pedro Salinas, Pablo Neruda y otros grandes de la literatura universal coquetearon con los números en su poesía, sin ninguna otra pretensión que la de explorar esos signos aparentemente inofensivos que nos controlan la vida.
En el caso del libro de López Azuán, en vez de las civilizaciones sumeria, babilónica, romana, griega, árabe, egipcia, maya, china o hindú, cunas de los sistemas de numeración, lo que aparecen son vagas y aisladas referencias a la biblia, a cábalas, a cartas del tarot, y burdas menciones de Elvis Presley, del poeta peruano César Vallejo, del sonido 440 que recuerda al grupo homónimo del cantante dominicano Juan Luis Guerra, y Evita (intuyo que se refiere a Evita Perón).
Por lo anterior y otros subrayados, se puede afirmar que el mayor desatino de “Sumer (Poética de los números)” es el del título no compatible con el resto del libro, y peor aun el hecho de que el jurado del Premio Funglode haya basado el veredicto en ese título y no en el contenido de la obra, lo cual no deja de ser un engaño por partida doble.
En una próxima y última entrega hablaré del poemario de López Azuán sin los ribetes del premio Funglode.
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