domingo, 6 de diciembre de 2009

Una cima que no existe

Por José Carvajal

"... detrás de la mayoría de los libros de amplio mercado hay también una maquinaria a la que le importa un bledo la calidad o profesionalidad de quien los escribe, la seriedad del escritor, la profundidad de sus temas, la calidad moral del autor..."

En literatura hay una idea de alcanzar una cima que no existe. Y lo peor es que cada día es mucho mayor el número de personas empeñadas en llegar a ella; escritores que tienen todas las herramientas para ser profesionales en su oficio, y no lo son por su afán de llegar a la cima, aunque en esa cima a la que aspiran no haya lectores buenos, capaces de entender una obra literaria.

A menudo escucho escritores decir “qué importa que no me lean, lo importante es vender más libros”. Y en parte tienen razón, los buenos lectores, los conocedores de la literatura seria no dejan dividendos porque son morosos para pagar por cualquier libro que no les toque los cinco sentidos de la intelectualidad. Además la cima es menos exigente, porque se basa en una espectacularidad inventada por una industria editorial que se resiste a perder sus inversiones en los libros que se publican.

Todo eso ha cambiado incluso el modo en que las editoriales evalúan una obra antes de publicarla. Y es que detrás de la mayoría de los libros de amplio mercado hay también una maquinaria a la que le importa un bledo la calidad o profesionalidad de quien los escribe, la seriedad del escritor, la profundidad de sus temas, la calidad moral del autor. En otras palabras, el autor nace y muere en el momento de las negociaciones del contrato con la editorial, a partir de ahí lo que escribió con sobrada pasión y dedicación se convierte en un producto rentable o desechable en manos de consumidores que compran impulsados mayormente por razones extraliterarias y no por el contenido del libro.

De modo que Mario Vargas Llosa tiene razón cuando llama a los bestsellers “productos manufacturados que son, en el mejor de los casos, sólo malos, y, en el peor, de una estupidez vertiginosa que, sin duda, estraga a sus consumidores y los vacuna definitivamente contra la verdadera literatura”.

En efecto, la tabla de valores de la buena literatura ha sido puesta en tela de juicio por el nocaut que ha sufrido la crítica seria en el cuadrilátero de esta espectacularidad protagonizada por los medios masivos y la demanda de compradores compulsivos que fingen ser lectores, y peor aún cuando dicen ser también escritores, con tal de aparecer en la cartelera del gran teatro del mundo del libro.

“¿Cuántos (dólares) habrá ganado la bella modelo de largas piernas, Naomí Campbell, que hace algún tiempo publicó una novela lanzada con una feroz publicidad de radio y televisión?”, se pregunta Vargas Llosa en su característico estilo de demostrar lo que dice. “No estoy en contra, naturalmente, de que las modelos escriban novelas. Pero, ahí está la cuestión. La señorita Campbell no lo ha escrito, sólo aparece como autora. Y esto no se oculta al público que acude a comprar el libro —más numeroso, claro está, que el que lee a Naipaul o a Doris Lessing—, pues debajo del título se estipula que la novela ha sido ‘escrita por…’ un pobre escribidor necesitado de cuyo nombre no quiero acordarme”.

En ese caso magistralmente ilustrado por Vargas Llosa podríamos decir que Naomí Campbell llegó a la cima de la literatura sin escribir una sola letra de su supuesta novela, lo que sería falaz. Sin embargo, ella representa a una mayoría de autores “no-literarios” afanados por llegar a la cima de la literatura, el escenario carnavalesco de la cultura audiovisual que sigue imponiéndose a la cultura intelectual, ya no sólo de los pueblos sino también de muchas universidades e instituciones que antes eran muy respetables.

¿Tendrá razón Louis Menand en su introducción a "The Liberal Imagination" de Lionel Trilling, cuando dice que "la cultura es un perro que persigue su propia cola"?

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