viernes, 7 de agosto de 2009

A ti, joven, que encarnas la esperanza… (II)

Por Isaías Medina Ferreira

Si no tomas control de tu vida, alguien lo tomará por ti, incluyendo a la vida misma. El conocimiento es un gran ecualizador social y un factor determinante en la libertad de un individuo. Las recompensas que trae el conocimiento para quien esté dispuesto a empeñar el tiempo y el esfuerzo necesarios en conseguirlo, son potencialmente ilimitadas. Pero, como entenderás, no hay fórmulas mágicas y el conocimiento no se transmite a través de la piel, por ósmosis; hay que arremangarse la camisa y trabajar para adquirirlo. Y ¡qué bueno es entender!; es bueno entender y develar los misterios que nos rodean, y no precisamente para deslumbrar a los demás… sino para tu propia satisfacción, para tu placer y deleite. Lo demás viene por añadidura. Es un viaje exquisito cuando las cosas hacen sentido, ¿verdad? Recuerda un evento de tu incipiente vida en que algo de repente se clarificó y pasó a formar parte de tu arsenal de conocimientos, ¿verdad que resultó gratificante? Eso trae al tapete otro aspecto de la maravilla que somos: podemos olvidar lo que aprendemos pero nada es perdido y su presencia latente en nuestro subconsciente sirve para alimentar y dar sentido a las experiencias a que somos expuestos a diario. Aunque no estemos siempre conscientes de ello, siempre sabemos más de lo que creemos, pero si no nos esforzamos por escarbarlo y estimularlo, a la larga se atrofia o muere.

Es posible que si en el salón de clases escoges simplemente adaptarte y “sufrir el tormento” de las asignaturas y a los profesores “aburridísimos” que te han tocado y te contentes con hacer lo necesario para “pasar de curso”, en muchos casos puede que ello sea suficiente; sin embargo, es posible que no sea suficiente para triunfar a largo plazo y las lagunas que queden en tu educación sean llenadas con frustración y descontento. Siempre habrá profesores cuyo estilo no te satisfaga. ¿Sabes qué? De esa no te escaparás y lo mejor es que estés decidido a triunfar a pesar de los profesores. No puedes permitir que una tontería así te impida seguir adelante. Debes demostrar a ese o esa que hace tu vida “imposible” que no eres de los que recogen sus redes al mínimo aviso de tormenta, que estás consciente de que lo difícil no se traduce en imposible a menos que tú lo permitas. Pero no nos llamemos a engaños, el profesor o profesora que te obliga a pensar no lo hace porque “no quiere saber de ti”, lo hace por tu bien: quien te reta a “estericar” la mente es quien en realidad más te quiere y a quien, es muy posible, que jamás olvides y siempre menciones cuando tus conocimientos te conduzcan al éxito.

Con Dña. Camelia Disla, allá en el Mao donde felizmente me crie, coaccionado por su fuerte personalidad y su casi fiera decisión a enseñar, aprendí a dividir por dos y tres cifras, y aunque fue humillante en el momento, hoy se lo agradezco de corazón. Igualmente agradezco los pellizcos de Dña. Rosa Gilma de Fernández, de Dña. Tatica y de Dña. Flérida Núñez, quienes en más de una ocasión me devolvieron a la realidad. Tanto a ellas como a Lavinia del Villar, mi maestra de octavo en la Juan Isidro Pérez, les debo una inmensidad. Por otro lado, si hoy escribo más o menos bien se lo debo a dos profesores de gramática del Politécnico Loyola, de San Cristóbal, quienes me “torturaron sin misericordia”: El Dr. Eulogio Espallargas e Higinio López, quienes exigían e insistían que todo fuera preciso y cada palabra significara lo que quería expresar. Mis profesores de Trigonometría y Algebra, Luis Brea y Fulvio Carrasco, fueron también exigentes hasta la saciedad, pero gracias a ellos todo lo que vino después fue una “papita”. Y así podría mencionar a varios más de los que tuvieron resonancia en mí más allá del salón de clases; esos arquitectos de la enseñanza a quienes la sociedad no respeta como se merecen.

Por último, es bueno que tengas presente que la vida es una profesora implacable a la que le importa poco si eres roca, planta, espina o rosa y no tiene miramientos en “quemarte” si no estás dispuesto o dispuesta a enfrentarla con decisión. No seas una más de las víctimas de la vida. Mejor aún: ¡resístete a ser víctima de las circunstancias y nunca eches manos de excusas para justificar tu actuación en una situación determinada, aun cuando esas excusas parezcan adecuadas y justas!

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