miércoles, 24 de junio de 2009

Rechacemos la homofobia

Por Isaías Medina Ferreira

Presento aquí un tema espinoso —el de los homosexuales—, que debido a la ignorancia, o al comportamiento descarado y de poco recato de ciertos homosexuales, muchas veces vulgarizamos y que por la falta de ganas no enfrentamos con la seriedad, la madurez y la propiedad que merece. Como sociedad, creo que debemos estar dispuestos a debatir este tema con altura, pues no desaparecerá porque lo ignoremos. Así que, antes de condenarme a priori, los invito a leer, a investigar, y a sacar conclusiones responsables e informadas.

Como a la mayoría de heterosexuales, me exaspera el afeminamiento excesivo y el exhibicionismo descarado de muchos homosexuales. Muchos de ellos son frescos y hasta degenerados. Así también habemos muchos heterosexuales, lamentablemente.

También me molesta que muchos homosexuales quieran poner su estilo de vida en una vitrina, como buscando admiración, y traten de imponerlo a los demás. Tan absurdo es que quienes no sabemos qué mueve a los homosexuales a tener sus preferencias tratemos de amoldarlos a las nuestras, como que ellos traten de amoldarnos a las suyas.

Pero hasta ahí se extienden mis diferencias con ese sector de la sociedad. Para mí, sin importar sus preferencias sexuales, religiosas o políticas, todos los humanos, no importa cuáles sean sus virtudes y sus defectos, de los que todos somos un compendio, tienen derechos individuales inalienables, los cuales merecen nuestro respeto.

Cada quien tiene el derecho a vivir su vida como considere apropiado, siempre que no viole leyes establecidas, y no por ello ser discriminado. Por otro lado, es bueno que estemos claros en que nadie merece privilegios especiales por el solo hecho de su estilo de vida.

La homosexualidad es tabú entre los latinoamericanos y muchos de nosotros la mira como un “defecto adquirido” o una degeneración de la que debemos avergonzarnos; como un pecado capital, que debe condenar a sus practicantes a exhibir una “H escarlata” de por vida en su frente, o como una enfermedad contagiosa de la que debemos proteger a la sociedad como si se tratara de la peste.

Los homosexuales siempre han sido blancos fáciles para que descarguemos nuestras frustraciones y hasta nuestro odio de manera impune. Los chistes más crueles, son a costa de los homosexuales. Para muchos de nosotros, los homosexuales son todos degenerados e inmorales, y están más cerca de las bestias que de los humanos.

No hay dudas de que nos alimentamos de la ignorancia, sin detenernos a escudriñar si los homosexuales pueden en realidad escoger o no, conscientemente, sus preferencias sexuales. En última instancia, sin embargo, lo que no debemos olvidar es que tanto los homosexuales como los heterosexuales son seres humanos, y nuestros hermanos.

Es por eso que me opongo a cualquier medida, sea ésta producto de la acción o de la inacción, que vaya en detrimento o encaminada a coartar la libertad que les asiste a esos hermanos a vivir la vida que les ha tocado, con quien hayan escogido, en paz, sin que por ello se les niegue disfrutar los derechos ciudadanos que otros disfrutan. Como todos, esos hermanos tienen derecho a avanzar en la sociedad, sin que se les ponga cortapisas a sus aspiraciones de compartir riquezas y miserias y el derecho de conferir herencia de bienes a quien hayan elegido como pareja.

Nuestra sociedad a menudo carece de mecanismos para proteger los derechos y las libertades de sus ciudadanos más vulnerables, y prefiere ignorarlos. Es el caso de los homosexuales en gran parte del mundo, lo cual causa heridas profundas, y hace víctimas, tanto a los actores principales, como a sus familiares y amistades. Un gran sector de nuestra sociedad sufre por lo que consideramos un estigma.

Si en el caso específico de los homosexuales, para la protección de las libertades y los derechos humanos de esos hermanos es preciso legislar, llámese la solución matrimonios Gays o unión civil, que así sea.

Sé que esa palabra, “matrimonio”, que muchos consideramos sagrada, es anatema cuando se trata de la unión de dos del mismo sexo. Sin embargo, casi tres cuartos de los matrimonios entre heterosexuales termina en divorcio y nadie se escandaliza. Y no crean que no me resulte chocante ver a dos hombres o a dos mujeres agarrados de las manos o exhibiendo su lujuria en público, pero las uniones físicas de parejas son una realidad, y porque las ignoremos y las condenemos no pararán. Además, me parece que se trata de algo que va mucho más allá de lo físico y lo meramente sexual.

Como sociedad, con nuestro rechazo a ese sector, lo único que logramos es condenarlo a vivir en las sombras y a una ilegalidad cruel.

No sólo eso, los homosexuales se refieren a sus atracciones y uniones como amor, lo mismo que reclamamos los heterosexuales. Para el amor no tenemos definición, ni explicación. Si no contamos con otros mecanismos para que las parejas homosexuales puedan intercambiar y heredar bienes, es natural que reclamen del Estado, por medio de legislación, esos mecanismos. Parece ser que el matrimonio es el único que proporciona los derechos amplios ante la ley que persiguen los homosexuales, no las uniones civiles que en algunas partes del mundo ya existen. Lo que no podemos es dar la espalda a ese sector minoritario de la sociedad, pretender que no existe y condicionar su vida a humillaciones y vejaciones con la complicidad del Estado. Al fin y al cabo, la libertad a escoger es un derecho inalienable de todo ser humano.

Aunque sea difícil y nos sintamos “raros” al aceptarlo, creo que es preciso que descorramos el velo que nubla nuestra razón y veamos la causa Gay, más que como la defensa de un estilo de vida, o de la consumación de un simple acto sexual, como el apoyo a un esfuerzo humano de un sector minoritario de la sociedad que trata de sobrevivir como los demás. Creo que estos sólo buscan que se les reconozcan sus derechos humanos. Si creemos en la justicia social, no podemos ser selectivos al administrarla por odios, prejuicios o ignorancia.

Y que conste, reconocer un derecho ajeno, no nos identifica necesariamente con ese sector. Para coexistir pacíficamente, no tenemos que estar reburujados. Lo que no podemos es pretender que somos justos cuando vamos negando derechos a ciertos sectores de la sociedad porque no comulgamos con sus posiciones políticas, creencias o estilo de vida.

Espero haber sido claro y que sea éste un conducto para que hagamos un esfuerzo de entender a nuestros hermanos homosexuales y comencemos a rechazar la homofobia.

A algunos homosexuales sería bueno recordarles que su “relambimiento” y extremada zalamería, y el afán de muchos de ellos porque "todo el mundo sea gay", muchas veces repele posibles simpatizantes a su causa.

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