Por Melvin Mañón
Si las organizaciones y movimientos integrados por jóvenes, profesionales y técnicos de clase media quieren potenciar sus protestas y provocar consecuencias doblegando el poder, deberán asociar su accionar con el de los más pobres y esa asociación es necesaria y posible. Los más pobres necesitan representación, ayuda legal, asesoramiento, información, discurso, acceso a los medios de comunicación y a las redes sociales y, todas esas necesidades pueden ser resueltas o satisfechas en diferente grado y medida si las organizaciones y movimientos brindan a los otros esa ayuda que, dicho sea de paso, están en condiciones de ofrecer y cumplir. Ningún barrio, comunidad o municipio es tan encerrado y torpe como para despreciar el tipo de ayuda que estos dirigentes y movimientos pueden ofrecerle.
La clase media tiene mucho de lo que le falta a los manifestantes de las barriadas y viceversa, estos pueden suplir a aquellos de otras carencias básicas en el reclamo de derechos secuestrados, promesas incumplidas o necesidades insatisfechas.
Muchos de clase media que protestan son profesionales, abogados, médicos, oficinistas, técnicos, comunicadores, y aquellos que no lo son, están vinculados por familia o vecindario con quienes lo son. Además de estos vínculos y conexiones tienen conocimiento de cómo funcionan las diferentes instancias y agencias del gobierno y allí conocen muchas personas, allí están más o menos acostumbrados a entrar y son por tanto conocidos y aceptados que es justamente lo que no ocurre con la población de las barriadas que siempre ha estado marginada y sometida.
La clase media, por su condición social y profesional, por la cultura en medio de la cual se han formado y por los hábitos que con dicha cultura han adquirido toman y asumen como natural la acción de comparecer ante cualquier departamento del gobierno a gestionar un trámite. Por lo mismo, las autoridades militares, policiales o judiciales no le son extrañas y cuando no las conocen personalmente han oído de ellas o cuentan con algún familiar, vecino o conocido que ha tenido contacto social o profesional con ellos.
Acontece exactamente lo mismo con el acceso a los medios de comunicación y el manejo de las redes sociales. Mucha de esta clase media que, indignada y angustiada por lo que acontece en el país, protesta contra las barbaridades perpetradas por el gobierno y sus personeros conocen los medios de comunicación, tienen de alguna manera acceso a ellos, sabe redactar una nota de prensa o describir con propiedad un incidente; disponen de celulares, ordenadores y están interconectados entre si y con las redes y medios. Ese no es el caso con la población de los barrios que aunque dispone de los artificios tecnológicos carece del mismo tipo de acceso a los medios y al establishment.
Ahora bien, la diferencia más importante entre esta clase media que protesta y los más pobres de las barriadas es cultural y se expresa en una actitud. La gente que ha vivido y sido marginada dispone de la capacidad de protesta y de rebelión en sus lugares, barrios y calles pero no puede evitar sentirse intimidada al interior de los establecimientos donde reside el poder, donde se exhibe su parafernalia y discurren sus rituales y donde quienes lo ejercen cuentan o creen contar con la ventaja del posicionamiento que les otorga una superioridad inmediata que hacen valer sin piedad para disminuir y masacrar espiritualmente a los más pobres. No hay nada más intimidatorio para un hombre o mujer pobre que acudir a un hospital, juzgado, canal de TV o estación de policía porque allí, el otro pobre que lo recibe en un mostrador se ensaña y cobra venganza de su propia impotencia maltratando al pobre de la calle, alejándole las soluciones y discriminándolo de todas las maneras a su alcance. La personalidad política y social de los pobres, su capacidad de rebelión y de protesta se sumergen en presencia de la autoridad cuando esa autoridad está en sus locales no así cuando está en la calle que es el escenario donde ese mismo pobre da rienda suelta a su descontento.
La historia de muchos años enseña que por un mismo acto de rebeldía no pagan igual los pobres que los ricos y que la clase media siempre ha llevado ventaja porque, bien sea en tiempos de dictadura o represión violenta, el costo de matar o atropellar a un pobre siempre ha sido menor que el de infligir igual castigo a uno de clase media.
Pero es que no protestamos ni manifestamos por lo mismo podrían alegar algunos.
Nosotros denunciamos la OISOE, el soborno a los medios, la corrupción, las mentiras del Sr. Medina, la impunidad, el crimen cotidiano, el tráfico de sentencias, las burlas procedimentales, el endeudamiento público, el fraude, en fin el desastre y aquellas personas se tiran a la calle por un drenaje de cañada, un basurero, un pavimento, cuartel o una escuela, camino etc. No es lo mismo.
Pero señores, ¿quién ha dicho que no es lo mismo?
La desigualdad que se consuma al interior de la sociedad dominicana es evidentemente una injusticia pero lo que convierte esa desigualdad en una posibilidad de rebelión y cambio es la consciencia que de esa desigualdad ha ido cobrando la población tanto por la vía del empobrecimiento propio como por la vía del estrujado que los nuevos ricos hacen y ostentan de la riqueza mal habida.
Para obligar al poder a responder, para doblegar su voluntad depredadora es necesario estremecer todo el país y para estremecer todo el país, esa vanguardia de jóvenes que ilumina el futuro necesita vincularse, fundirse, mimetizarse con el enojo, la indignación y la desesperación de los más pobres no en el escenario escogido de antemano por unos sino en la realidad cotidiana donde quiera que esta se ponga de manifiesto y esto es válido y cierto incluso en el contexto del envilecimiento y la degradación promovidos por el PLD y sus prácticas. Los más pobres no pueden salir de sus lugares para apoyar nuestras protestas sino que nos esperan en las suyas para respaldar las de ellos y una vez juntos entonces todo cambia hacia lo que desde el principio perseguíamos. Esa es la lección que mi generación no supo o no pudo o acaso no quiso entender. Queríamos respaldo sin darlo, queríamos apoyo sin apoyar a otros y preferimos quejarnos de la ingratitud de los pobres antes que entenderlos. Sin nosotros ellos están perdidos de antemano y por eso los han puteado sin cesar. Sin ellos nosotros no podemos convertir los sueños en realidades ni evitar ser derrotados.
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