Por José Luis Taveras
Abogado corporativo y comercial, escritor y editor.
Vía acento.com.do
Eres un prócer del peledeísmo fecal. Abogo porque la estatua de Bosch que pendejamente se erige a la entrada del partido sea demolida, como en los épicos momentos de la caída de Hussein, y, en su lugar, levantada una estatua a tu egregia figura, como mérito eterno a la lealtad en la era del peledeísmo de silicona.
Sospecho que al leer estas notas estarás ocupado en tu frívola cotidianidad, esa que nunca ha sido perturbada ni por una aparente molestia judicial. Tú y yo sabemos que el proceso acusatorio fue una farsa y que una condena jamás se vislumbró como una amenaza cierta, inminente ni probable; todo estuvo perversamente ordenado para fabricar la impresión de que la trama era real. Cada comparecencia al tribunal la disfrutabas con la misma euforia de quien sube a las tablas de la gloria, como en la fulgurante era de Moliére. No dudo que en algún momento te asaltara la alucinación de que vivieras verdaderamente lo interpretado; ese es un atisbo premonitorio que confiesan sentir los grandes genios del drama. Jugaste un papel inmejorable, justo aquel que te ha imputado el destino: ser un gran vasallo. Te felicito, en eso de ser segundo, eres el primero. Hasta ver el final del thriller mi devoción eran Morgan Freeman y Gene Hackman; ahora declaro mi confusión.
Uno de los aciertos más luminosos de Leonel fue descubrirte. No creo que haya alguien que pueda superarte, ni tú mismo. Eres el tipo ideal para lo que haces; naciste para eso como por designio del destino. Vladimiro Montesinos fue un idiota; enfrentó a Fujimori porque nunca entendió lo que para ti es dogma de vida: ser un actor de reparto en las sombras del poder. No eres nadie sin Leonel; esa mutua y simbiótica pertenencia está lacrada, como tatuaje, en sus genes. Tu vida, bienes, logros y fama son de tu patrón. ¡Dios! ¿No te das cuenta que vives como si no supieras ni te importara tu poder? Ahí mora tu vil grandeza. ¡Qué gran plebeyo eres, Félix! ¿Cómo han podido concurrir en una sola vida las virtudes más deseadas para un perfecto servil: discreto, leal, prudente, agradecido, frío, taimado y habilidoso? Eres inmenso, mi senador; cargaste con la hediondez de tus padrinos, te embadurnaste con sus defecaciones y redimiste la culpa de sus aberraciones. Obvio, no todo ha sido la magnánima expiación de un mártir: has vivido como un príncipe, usufructuando holgadamente los bienes de tu señor y asumiendo como propios los frutos de sus desmanes. Tu lealtad te puede acreditar un cimero puesto en la Yakuza japonesa o un asiento dorado en la Carrona de Nápoles.
Eres un prócer del peledeísmo fecal. Abogo porque la estatua de Bosch que pendejamente se erige a la entrada del partido sea demolida, como en los épicos momentos de la caída de Hussein, y, en su lugar, levantada una estatua a tu egregia figura, como mérito eterno a la lealtad en la era del peledeísmo de silicona.
El partido no tiene con qué pagar tu sacrificio, ni con los millones que te guardaste; todos ganaron con tu arrojada sumisión. El presidente Medina usó tu proceso para validar su discurso moral, consciente y seguro de que ya Leonel tenía en sus bolsillos a tus juzgadores: un mero entendimiento de señas entre pitcher y receptor. Sobraban las palabras; lo demás, un manoseo de apariencias. Para Danilo resultaba imperativo romper con el “viejo” modelo de impunidad y para Leonel saldar una deuda política cuyo pago pudo haber exigido de manera compulsiva otro gobierno.
En algún momento te percibí desconcertado, sobre todo cuando Danilo arrinconó a Leonel para arrebatarle la reelección. Te sentí como un apurado árbitro entre dos gladiadores de la lucha libre, en la que uno de ellos olvida la regla de los golpes simulados y empieza a soltar puñetazos reales, sin poderle advertir al agresor y, a la vista del público, que se está tomando el circo en serio. Debo confesar que me deslumbraste; no esperaste un segundo para evitar que las cosas perdieran sus cauces o que el guion se desbordara en su desenlace: te enredaste en la negociación de forma denodada, a la altura de tus diestros malabarismos en las telarañas del poder. Conseguida la reelección, se disiparon todos los temores; entonces la calma volvió a tu semblante y el libreto a sus líneas originales. Ya liberado del papel, no dudo de que te recojas por un tiempo a la espera de que los petardos gástricos del hambre detonen en la memoria de los parias y te reelijan con un caudal descomunal de votos. ¡Te juro que ganarás!
Me enteré que tuviste entero dominio de las implicaciones colaterales de tu acusación, al liberar a empresarios y contratistas que debieron aparecer en el reparto de los acusados; favoreciste “generosamente” la exclusión de algunos aun consciente de que eran copartícipes de tu suerte y que hicieron tanto o más, en dinero y en trastadas, para ser encartados. Espero que algún día sepan agradecértelo, especialmente aquellos impolutos que usaron sus medios de comunicación para sepultarte y evitar toda sospecha o relación de sus negocios contigo. Esos son tus verdaderos enemigos. Cuídate. Sé que, en el fondo, lo hiciste por Leonel, quien es un prisionero de sus gratitudes. Tú sabes a lo que me refiero, y ellos también. Ojalá en tus memorias tengas la “dignidad” de mencionarlos para que sus hijos sepan el origen sombrío de su heredad, aunque tarde o temprano se sabrá, como que hay un Dios justo.
Creo que no te atormenta vivir con el estigma de la duda. Esa que evitaste disipar en un juicio de fondo. Debes admitir que tu sueldo ni tu historia nunca podrán sustentar la fortuna que hoy tienes y que despierta la sospecha del dominicano más cándido. Félix, teníamos derecho a saber cómo lo lograste y darte la grandiosa oportunidad procesal para probarlo frente a la nación, pero huiste pusilánimemente, a imagen y semejanza de tu mentor. Era mucho pedirte, estando Leonel por el medio. Ese es el problema de los incondicionales: pierden identidad y enajenan su voluntad. Pronto te veré en la comparsa de la reelección recolectando favores y comisiones de contratistas para Danilo como si nada hubiera pasado. La guerra entre los rivales pasó; el negocio político se consumó: reelección por impunidad, y en el medio de las grandes lides, como siempre, don Félix Bautista, omnipresente. Insisto, eres inmenso, senador.
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