Por BOB HERBERT
The New York Times
Yo almorcé con Howard Zinn hace solo unas semanas, y raras veces me he divertido tanto mientras hablaba de una diversidad de temas tan desagradables: el triste estado de la política y el gobierno en los Estados Unidos, la futilidad trágica de nuestra intensificación en Afganistán, la difícil situación de la clase trabajadora en una economía arreglada para beneficiar a los ricos y poderosos.
El Sr. Zinn podía hablar de todo eso y más sin perder el sentido del humor. Él fue el historiador cuya amplia y contagiosa sonrisa le acompañó siempre. Su muerte esta semana, a la edad de 87 años, fue una pérdida que debió llamar mucho más la atención a una prensa que malgasta una cantidad excesiva de su tiempo absurdamente obsesionada con lo que haga Tiger Woods y John Edwards.
Al Sr. Zinn le preocupaba el presente estado de cosas, pero no se desesperaba. “Si va a haber cambio; cambio real,”, decía, “va a tener que surgir desde abajo, directamente desde el pueblo. Así es como ocurre el cambio”.
Estábamos en un restaurant en el hotel Warwick, en Manhattan. Con nosotros estaba Anthony Arnove, quien ha trabajado de cerca con el Sr. Zinn en años recientes y quien colaboró en su último gran proyecto: “El pueblo habla” (The People Speak). Una película en que actores bien conocidos personifican las inspiradoras palabras de ciudadanos comunes cuya lucha llevó a algunos de los cambios más profundos en la historia de la nación. Piense en aquellos que se unieron a, y en muchos casos se convirtieron en líderes de, el movimiento abolicionista, el movimiento del trabajo, el movimiento de los derechos civiles, la revolución feminista, el movimiento gay, y así sucesivamente.
Piense en lo que sería de este país si esos ciudadanos ordinarios no se hubiesen preocupado por luchar y, en ocasiones hasta morir, por lo que creían. El Sr. Zinn se refiere a ellos como “las personas que han dado a este país la democracia y libertad que tenemos”.
Nuestra tendencia es desestimar a estos verdaderos héroes americanos, así como desestimábamos a Howard Zinn. En la bobalicona era en que vivimos, está de moda, por ejemplo, echar pestes acerca de los sindicatos de trabajadores y las feministas, aun cuando los trabajadores a lo largo de la nación son tratados como basura y la cultura está tan saturada de sexismo que la mayoría de personas ni lo notan. (Para muestra basta un botón: hay una cadena de restaurantes llamada “Hooters” (Tetas), ¡de por Dios!).
Siempre me pregunté por qué Howard Zinn era considerado un radical. (Él se tildaba a sí mismo de serlo). Era él un hombre extremadamente decente que se sintió obligado a confrontar la injusticia y la desigualdad donde la encontrara. ¿Qué hay de radical en creer que los trabajadores deben recibir un tratamiento justo en el trabajo, que las corporaciones tienen demasiado poder sobre nuestras vidas y demasiada influencia en el gobierno, que las guerras son tan asesinas y destructivas que debemos encontrar otras alternativas a ellas, que los negros y otras minorías étnicas deben tener los mismos derechos que los blancos, que los intereses de los poderosos líderes políticos y las elites corporativas no son los mismos de las personas ordinarias que están luchando semana tras semana por sobrevivir?
Al Sr. Zinn a menudo le leyeron la cartilla por quitar la fachada rosada de mucha de la historia americana para revelar realidades sórdidas que han estado escondidas por demasiado tiempo. Al escribir acerca de Andrew Jackson en su libro más famoso, “A People’s History of the United States” (“Una historia del pueblo de los Estados Unidos”), publicada en 1980, dice el Sr. Zinn:
“Si usted lee los libros de textos de la historia americana de las escuelas elementales y secundarias, encontrará a Jackson el hombre de la frontera, el soldado, el demócrata, el hombre del pueblo; no el propietario de esclavos, el especulador de tierras, el verdugo de soldados disidentes, el exterminador de indios”.
¿Radical? No precisamente.
El Sr. Zinn protestó pacíficamente por cuestiones importantes en las que creía: en contra de la segregación racial, por ejemplo, o en contra de la guerra en Vietnam, y a veces fue arrestado y golpeado por ello. Él fue un hombre de un carácter excepcionalmente fuerte, quien trabajó duro mientras crecía en Brooklyn durante la Depresión. Fue piloto bombardero en la Segunda Guerra Mundial, y de la experiencia de los horrores no adulterados de la guerra nació la fundación de su búsqueda por soluciones pacíficas a los conflictos, lo que le acompañó por el resto de su vida.
Él tenía una Hermosa familia y la adoraba. Él y su esposa, Roslyn, conocida como Roz, se casaron en 1944 y fueron inseparables por más de seis décadas hasta que ella murió, en 2008. Ella fue también una activista y su editora. “Nunca le enseñé mi trabajo a nadie más que a ella”, decía.
Tuvieron dos hijos y cinco nietos.
El Sr. Zinn estaba en Santa Mónica esta semana, descansando después de un año de trabajo y viajes agotador, cuando sufrió un ataque al corazón y murió el miércoles, 27 de enero de 2010. Él fue un tesoro y una inspiración. Que fuera considerado radical, dice más acerca de esta sociedad que acerca de él.
Opinión editorial aparecida en The New York Times, el 29 de enero de 2010, cuyo título original es A Radical Treasure; traducido del inglés por Isaías Ferreira (metransol@yahoo.com).
Adenoma Hepático en paciente con Esplenectomía Previa: Estudio Sonografico
y Elastografico
-
Femenina de 42 años de edad con historia de esplenectomía previa hace unos
años y 4 cesáreas. Consulta con su gastroenterólogo por estreñimiento
severo y...
Hace 3 días
La historia se repite ahora con el Señor Zinn.
ResponderEliminarEl radicalismo bien encausado genera un sacudimiento a esa "fea costumbre animal" de dar por sentada las cosas y ver pasar las injusticias de una manera natural y sofocante.