domingo, 15 de octubre de 2017

MÁS QUE UNA NOVELA DOMINICANA (2)

Por José Carvajal

Quiérase o no; se reconozca ahora, más adelante o nunca, lo cierto es que con «La solución final de la cuestión proletaria» Edward Chá marcó la línea generacional que necesitaba la novelística dominicana para separar el ayer del hoy. El hoy es un siglo renovado en todos los aspectos; y el ayer queda detrás con los temas tradicionales enmarcados mayormente en memorias o creencias particulares o colectivas, referencias históricas y lingüísticas –sea del campo o de la ciudad–, o en torno a la vida de figuras prominentes de la política local.

Al parecer, y aunque no es el único, un precedente de la novela de Edward Chá, en cuanto al rompimiento con la temática del pasado, sería «Carnaval de Sodoma» de Pedro Antonio Valdez. El académico colombiano Julio Penenrey Navarro observa en la obra de PAV que «con una estructuración narrativa burlona, crítica, sarcástica e irónica, la novela de Valdez cuenta con la virtud de sacar a la novelística dominicana del anquilosamiento temático en el que se encontraba, el Trujillato…»

Sin embargo, y a pesar de que lo de «narrativa burlona, crítica, sarcástica e irónica», sin dejar de lado lo experimental, hermana la obra de Valdez con la de Chá, la de este último significa el eslabón de la renovación total de la temática y de la posible introducción de la novela completamente dialogada en la literatura dominicana.

«La solución final de la cuestión proletaria» está estructurada en 140 episodios dialogados, y por las escasas descripciones y el desenvolvimiento verbal que trazan el comportamiento de los personajes, puede dar la impresión de ser un guion televisivo en el que un narrador omnisciente apenas asoma las narices para ubicar la escena correspondiente. A mí me recuerda por ejemplo las novelas dialogadas de Benito Pérez Galdós, aunque el autor español, figura destacada de la famosa Generación del 98, prefería llamarle «novelas habladas». De Galdós se dice que con la forma dialogal inauguró una modalidad narrativa al publicar su obra «Realidad» en 1889.

Más cerca de nosotros, en lo temporal y en América, me asalta la memoria el nombre de Manuel Puig y sus celebradas novelas dialogadas («Boquitas pintadas», «The Buenos Aires Affaire», «El beso de la mujer araña», entre otras). En un ensayo que apareció en 2004 en Espéculo, revista de estudios literarios publicada por la Universidad Complutense de Madrid, la académica Carolina Castillo trata el caso de Puig como el de una ruptura de «lo que hasta el momento [años sesenta] se entendía por literatura en el contexto de la serie nacional [en Argentina]». Al igual que en las novelas de Puig, en la ópera prima de Edward Chá la «novedad» se apoya en la «forma narrativa que se construye a partir de la presentificación de voces que conversan». Observen que hasta este punto solo hablo de forma y de lo que se podría considerar como un «sistema discursivo» utilizado por el joven autor dominicano nacido en 1990.

En «La solución final de la cuestión proletaria» también está presente la atmósfera de clásicos como Dickens, Dostoievski, Balzac, Flaubert, que utilizaron la novela para exponer la vida de sus respectivas sociedades locales sin imaginarse que de ese modo la universalizaban para el deleite de lectores de todos los tiempos. En ese sentido la experiencia me ha llevado a concluir que cada lector escribe su propia novela sobre el texto ya publicado; el discurso narrativo del autor se convierte en solo un esquema, una propuesta a la que se reacciona de acuerdo con emociones que derivan del nivel intelectual y apreciativo del lector.

En su ensayo «El texto, el placer, el consumo» Umberto Eco establece que «Toda obra se propone dos tipos de lectores. El primero es la víctima designada de sus mismas estrategias enunciativas; el segundo es el lector crítico que goza con el modo en que se ha visto conducido a ser víctima designada. Ejemplo palmario –pero no único– de esta condición de la lectura es la novela policíaca, que siempre prevé un lector de primer nivel y un lector de segundo nivel. El lector del segundo nivel no debe gozar con la historia contada, sino con el modo en que está contada.»

Lo expresado por Eco abre la posibilidad de la interrogante con respecto a la novela de Edward Chá: ¿qué tipo de lectores tendrá «La solución final de la cuestión proletaria»? Y la respuesta puede variar, pero sin obviar que no tendrá muchos lectores en la Isla, y menos si son además escritores. El prejuicio y el rechazo al cambio que imperan en los cenáculos dominicanos, la insidia, la mezquindad y la falta de profesionalismo mantendrán a Edward Chá en la sombra de la marginalidad intelectual. Pocos le reconocerán el talento de un novelista principiante que busca la estrella de la originalidad, aunque el esfuerzo no pase de ser el de las ilusiones de un Lucien de Rubempé. Pero en Chá no solo debe ser reconocible el esfuerzo y la disciplina del escritor primerizo que se lanza al ruedo con una obra de casi 300 páginas, sino también el riesgo de atreverse a exponer temas cotidianos que para ciertos gustos serían insignificantes en el ejercicio de la literatura; lo mismo el coraje, el valor de ser si no auténtico, por lo menos parecerlo. Y es que, como dejó dicho Norman Mailer (en su libro «Un arte espectral: reflexiones sobre la escritura»), «los novelistas están comprometidos en algo análogo. Si empiezan a pensar en todo el daño que van a hacer, no pueden escribir el libro; no si son razonablemente decentes. // El tema es que uno está enfrentando un problema auténtico. O produces una obra que no enfoca lo que realmente te interesa o, si vas a la raíz con todo lo que tienes, no hay modo de no herir a tu familia, amigos y transeúntes inocentes.»

Aun hay mucho por explorar en la novela de Edward Chá. Mis apuntes y subrayados son abundantes, y espero poder exponerlos en próximas entregas. Falta echar miradas específicas, desde la clásica intencionalidad del autor al nombrar los personajes, creíbles o no, hasta la caracterización de estos y su modo de comportarse en la sociedad fallida que nos presenta el joven novelista. También sería posible adelantarnos y especular sobre el tipo de crítica que podría enfrentar el texto en la medida que vaya conquistando un público distinto del acostumbrado en la arena literaria dominicana; lo que dirían por ejemplo los académicos de pacotilla, los ganadores de premios nacionales, los promotores de la cultura oficialista, los cobardes que al no estar seguros de sus criterios prefieren expresarlos a puertas cerradas en círculos de amigos que se mueren de la envidia, o que se reúnen con la esperanza de pertenecer algún día a una élite ridícula que no pasa de ser un grupúsculo de intelectuales que responden más a los intereses de la política partidista que a los artísticos reflejos de la literatura.

Por último, creo interesante pensar, aunque sea solo como ejercicio mental, lo que habría sido de esta novela de Edward Chá en manos de críticos clásicos tan disímiles como Samuel Johnson, Taine, Sainte-Beuve, o de un Edmund Wilson. Después de todo la literatura no es más que un juego que algunos nos tomamos demasiado en serio.
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MÁS QUE UNA NOVELA DOMINICANA (1)

Por José Carvajal

Con este artículo acerca de la ópera prima del joven narrador Edward Chá rompo la promesa de no escribir más sobre literatura dominicana. Y es que la novela lo amerita. Pero es probable que no se pueda hablar ni comprender «La solución final de la cuestión proletaria» sin echar primero una mirada rápida a la generación que pertenece el autor. No hablo de generación literaria, sino de ese grupo que se define por las características de una época. En el caso de EC es la llamada «Generación Y» o «Generación del Milenio», que según sociólogos agrupa a los nacidos entre 1980 y el año 2000.

Los cambios que se originaron durante aquellos veinte años los vemos reflejados hoy en el comportamiento de esos jóvenes que crecieron sin conocer las sangrientas luchas políticas e ideológicas que marcaron y moldearon épocas del siglo XX, y bajo la influencia del imparable avance de una tecnología tan útil como capaz de idiotizar cerebros, las profundas crisis económicas mundiales, la desaparición de la Unión Soviética, el derribo del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría, y la inversión de todo tipo de valores humanos. Los que crecimos en medio de los cambios quedamos empantanados en la vorágine de lo que nos enseñaron como ideal y lo que nos tocó en la práctica. Se rompieron todos los lazos con el pasado y se dificultaron los diálogos con el futuro de entonces, que es el presente de la Generación del Milenio.

Los cambios mundiales y el vertiginoso desarrollo económico de la industria editorial también sacudieron las bases de lo que conocíamos como literatura de calidad y, por supuesto, el gusto, el hábito y los métodos de lectura. Además de los clásicos tradicionales, nuestras referencias más inmediatas eran autores, intelectuales pensantes, que elaboraban una obra a partir de sus convicciones políticas e ideológicas. La defensa del pensamiento propio era un asunto de honor. Se debatía con altura, con conocimiento profundo de las cosas, y nadie se atrevía a publicar un libro si el mismo no pasaba la prueba de lectores y correctores avezados que determinaban lo que ellos consideraban como aportes a la sociedad.
Parte de la época de los debates y exigencias literarias del siglo XX se vivió también en República Dominicana. Los clásicos de nuestro país escribieron obras de calidad a partir del buen uso del lenguaje; lo mismo debatieron temas de interés vernáculo y no escatimaron esfuerzos para trascender las costas insulares. Ejemplos de trascendencia de principios del siglo pasado son Fabio Fiallo, Manuel de Jesús Galván, Tulio M. Cestero y los hermanos Henríquez Ureña (Pedro y Max), entre otros. La trascendencia de esos nombres, y de otros que siguieron décadas más tarde (Juan Bosch, Pedro Mir, Manuel del Cabral…) fueron, sin embargo, logros individuales, y casi siempre apoyados más en funciones diplomáticas desempeñadas por los autores que en las obras de éstos. Nunca hemos trascendido como un corpus que interese al mercado internacional del libro y que permita al lector extranjero entrar en contacto integral con la literatura dominicana.

Uno de los problemas que entorpecen la trascendencia de nuestra literatura es el no saber seleccionar el tema; es decir, pocos escritores dominicanos saben escoger los temas; o si logran un acierto con el tema, lo malogran en el camino. Un tema con el adecuado tratamiento abre posibilidades a la trascendencia; si es local y tratado pobremente, la obra será local; si es de alcance internacional y es desarrollado de manera adecuada, tendrá mayores posibilidades de cruzar fronteras; y si es universal, algo excepcional en cualquier época, la obra estará destinada a colocarse entre los clásicos. En resumen, todos los temas son locales porque responden a reflejos de las circunstancias que rodean al escritor; la clave está en el tratamiento.

Se puede decir, grosso modo, que el tema de la ópera prima de Edward Chá es circunstancial. Me explico: lo que el novísimo narrador hace es un retrato de la sociedad dominicana contemporánea, la que heredó del siglo XX y la que le está tocando vivir en el siglo XXI. Ese retrato no es diferente, por ejemplo, de lo que ocurre en otras sociedades capitalistas de América y Europa. En este caso el tema central es, digamos, de poco vuelo, propio para un thriller de mala calidad, además de extremista: el dueño de una empresa decide matar a sus empleados para no pagarles prestaciones ante la inminente quiebra del negocio. Luego vienen los subtemas (argumento) que ayudan a desarrollar una trama que se nutre de la actualidad. Pese a los defectos que afloran en la lectura atenta, no se puede negar que «La solución final de la cuestión proletaria» es una novela en el sentido estricto de lo que encierra esa palabra que define al género mayor de la narrativa de ficción. Una de las cosas que observo en ella es el uso excesivo de la elipsis narrativa, y eso da la impresión de que Edward Chá se quedó con la mitad de su novela en la cabeza. De ahí surgen quizá los defectos (y los aciertos) narratológicos que señalaré en un próximo artículo.

En realidad, toda novela es un universo, y tiene defectos como el Universo o la Naturaleza. Lo interesante es que el Universo no pierde su importancia por tener defectos. Los personajes del Universo, es decir, nosotros, estamos llenos de defectos; lo mismo la narrativa de nuestra cotidianeidad. El hecho de que amanezca lloviendo y que de repente salga el sol puede considerarse un defecto de la Naturaleza; una persona minusválida de nacimiento sería otro defecto de la Naturaleza. Nuestros silencios prolongados o desapariciones inexplicables en medio de conversaciones podrían ser igualmente un defecto de nosotros como personajes de la vida. En fin, podemos decir que la novela es el género de los «defectos». Sin embargo, en lo que respecta al ejercicio escritural se espera que esos «defectos» no sean de estructura, de puntos de vista, de tono narrativo, de elaboración de personajes «humanos y creíbles», de ambientación, de composición, de estilo, ni de uso del lenguaje que, quiérase o no, es la médula espinal de todo texto literario.

Aunque no es necesariamente el caso de Edward Chá, concluyo esta primera entrega con Norman Mailer: «Puedes escribir un libro muy malo, pero si el estilo es de primer nivel, entonces tienes algo que vivirá, no para siempre, pero sí por un tiempo decente.»
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