martes, 18 de noviembre de 2014

UNA DIGRESIÓN INOPORTUNA

Por Melvin Mañón

Y una advertencia en primera línea al lector. Este artículo debe leerse como complemento a una publicación anterior a la firma de Felipe Ciprián titulada: “Las mesnadas de Leonel atacan”. Debo consignar además que, ese artículo de Felipe, trajo hasta mí, una pieza de información, un eslabón contextual que durante mucho tiempo había buscado sin encontrar. Me refiero a la herencia legada a los dominicanos por Juan Bosch. Adicionalmente, aunque en menor medida, recomiendo al lector, repasar otro artículo, esta vez de mi autoría titulado: “De lo que estamos hablando”. Finalmente, pido excusas por entrar a este tema, en cierto modo en desmedro de otros de mayor urgencia y actualidad.

Tengo sabido, escrito y publicado tanto en artículos como libros que don Juan Bosch era un hombre austero en lo personal, serio en su conducta, pulcro en el manejo de los recursos, exigente en el comportamiento propio y ajeno, apegado a una ética por todos conocida, educador y maestro por vocación tanto como por necesidad. Como todos los dominicanos que saben algo de la historia de su país, he sabido que cuando fue presidente, después tampoco, don Juan no robó, no mató, no abusó. También tengo sabido que don Juan fue un excelente narrador y más de una vez he leído todos sus cuentos y disfrutado sus ensayos y de todos estos ángulos de Juan Bosch he dicho, compartido, escrito y educado también.

Pero había otro Juan Bosch soberbio, intolerante, caprichoso si se me permite usar la palabra, cuya existencia se me asomaba ocasionalmente sin que hubiera yo podido armar el rompecabezas poniendo esas piezas en el contexto apropiado. De hecho, ese acercamiento a la personalidad de don Juan y por ende a su legado me vino original y reiteradamente por vía del coronel Caamaño en Cuba y posteriormente a través de oficiales constitucionalistas y uno que otro dirigente de izquierda o intelectual independiente. Tres Caamaño: Francisco Alberto, que no necesita presentación; Claudio, que tampoco la necesita y Álvaro, quien fuera escolta de Francis durante toda la contienda de abril, dieron ante mí testimonio de inconformidad y disgusto profundo con Juan Bosch y tres veces estuve yo en desacuerdo con ellos. Ahora ya no lo estoy, en gran medida, gracias a los trabajos de Felipe Ciprián, algunos de cuyos párrafos cito íntegros a continuación:

“La llegada del PLD al gobierno no fue, para nada, el resultado de su heroísmo, sino un regalo obligado de Joaquín Balaguer en 1996 para detener a Fernando Álvarez Bogaert, que como candidato a la Vicepresidencia de la República sería el seguro Presidente con la muerte del doctor José Francisco Peña Gómez, que medio país sabía que estaba en “artículo de muerte” y aun así era el favorito para ganar las elecciones presidenciales postulado por el PRD.

Viví la rebelión del país entero contra los efectos perversos de la receta del FMI aplicada por Salvador Jorge Blanco en abril de 1984 donde más de 300 personas fueron asesinadas por tropas militares y de la Policía Nacional por orden directa y expresa del gobernante, 5,000 quedaron heridas de bala y 18,000 fueron llevadas a la cárcel.
En el cementerio, en los hospitales y en la cárcel se juntaron principalmente personas humildes de los barrios, militantes de izquierda, algunos perredeístas, reformistas que desafiaban al gobierno del PRD que les arrebató el poder, pero no peledeístas. Ese no era su estilo. Era un partido –definido así por el mismo líder Juan Bosch- de “gente seria” que no participaba en “pobladas”, que no invadía terrenos para que los campesinos sin tierra pudieran trabajar y que no se manifestaba en las calles.

El PLD aplicó tan bien esa directriz que cuando se vinculó, finalmente, al movimiento obrero, dividió la Central General de Trabajadores (CGT) que lideraba Francisco Antonio Santos y creó la CGT-Mayoritaria (morada) de Nélsida Marmolejos. En el caso de la zona rural, el vigoroso Movimiento Campesino Independiente (MCI) que tanto esfuerzo nos costó forjar y echar a luchar, fue ocupado por su cúpula, diezmado y finalmente destruido por el PLD para aplastar cualquier lucha reivindicativa en el campo.

En más de una ocasión, luego de la rebelión popular de 1984 y cuando la continuidad de las protestas desencadenaba paros generales, el propio Bosch -para justificar la ausencia del PLD al lado de las protestas- dijo que esos paros no eran generales, porque si bien la industria, el comercio, el transporte y la docencia se paralizaban, los “guardias y policías” estaban trabajando en la represión de la manifestación contra el FMI y el gobierno de Jorge Blanco.

Todo lo anterior está suficientemente documentado como para concluir que cuando se trataba de luchar contra las arbitrariedades, defender la libertad y reivindicar el derecho de la gente a una vida digna, los peledeístas se limitaban a hacerlo por su periódico “Vanguardia del Pueblo” y en reuniones internas, mientras a otros nos correspondía ir a batirnos en los caminos y campos del país para defender los derechos.

Pero todo cambió cuando llegaron al poder. El gobierno Leonel abandonó todo lo bueno de Bosch y copió y amplió lo malo de los gobiernos de Balaguer y su “anillo palaciego”.

El valor que les faltó para enfrentarse a Jorge Blanco-FMI en abril de 1984 y las jornadas subsiguientes, ahora les sobra para encubrir la corrupción y el desparpajo en el ejercicio de la política desde el partido que fundara Juan Bosch desde la más extrema honradez personal y humildad en su estilo de vida”.


Felipe Ciprián, quien vivió los hechos relatados mientras yo mismo estuve muchos de esos años en el exilio me ha permitido ensamblar esa crítica con la de los Caamaño. En su repudio, y quizás debiera decir su horror a la violencia, don Juan incurrió en otros errores al patrocinar e impulsar políticas que tuvieron un efecto desmovilizador. Como suele decirme Álvaro Caamaño: “Nosotros moríamos por restaurar en el poder a un hombre que no quería ser Presidente”. Nunca fue exactamente así pero ayuda a entender y sobre todo a completar el rompecabezas. Como consignaba en un artículo anterior, ya citado más arriba, la campaña electoral de 1962 fue la época del “borrón y cuenta nueva” que le dio a Bosch los votos de los trujillistas y que al final, por una ventaja política transitoria, consagró la impunidad como práctica esencial de convivencia. Fue una solución que nunca ha sido bien analizada y cuyas consecuencias todavía lamentamos porque muchas de estas impunidades recientes arrancan de esa matriz. Muchas de las complicidades entretejidas por la impunidad que se alimenta del olvido en el cuerpo social, se alimentaron de este precedente reforzando el componente histórico.

El amor y el respeto a la paz no deberían ser confundidos con la resistencia pacífica. La lucha de Ghandi en la India siempre fue extremadamente violenta dentro del reclamo propio de rechazar la violencia. Esa aparente paradoja se explica por las agallas, el temple y el coraje que exige la resistencia pacífica; la violencia infinita a la que expone a quienes la sufren y la extraordinaria violencia de quienes la imponen, la practican y viven de ella.

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