domingo, 25 de marzo de 2012

PULSO POLÍTICO

LAS ELECCIONES DOMINICANAS, SEGÚN BROUSSONET
Por Luis R. Decamps R. 

Una vez más ha estado de visita en el país durante varios días, el acreditado politólogo franco-belga Jean Jacques Broussonet, y -como de costumbre- se reunió con algunos de sus amigos para, según sus propias palabras, “compartir informaciones y reflexiones” sobre la situación política “ahora que la República Dominicana se encuentra de cara a unas elecciones que lucen cruciales para el destino inmediato de su democracia”.

En el marco de las fascinantes pláticas que se desarrollaron con el profesor Broussonet, tuvimos la oportunidad de cavilar y debatir alrededor de singulares y provocadoras ideas, en lo atinente al proceso electoral dominicano en marcha (casi todas formuladas por el distinguido pensador europeo), y nos ha parecido interesante (por supuesto, contando con la debida autorización de aquel) airear algunas de ellas, si bien fragmentariamente, a través de estas glosas.

“La República Dominicana”, comenzó planteando Broussonet, “tiene actualmente el aparato de clientelismo político más grande de todo el planeta, en términos relativos, pues beneficia de manera personal y directa, con fondos del erario, a 1,840,000 individuos (sumando la nómina pública y las de los ´programas sociales´), que de un universo de votantes que asciende a 6,504,943, representa un 38.3 por ciento (%), una vez se descuenta el promedio de abstención de las últimas cuatro elecciones (26%). Esta forma de usar el dinero del contribuyente para fines electoralistas, no tiene precedentes en el mundo, sin importar la época histórica”.

“Tal aparato de clientelismo político (copiado del modelo brasileño, pero sin las virtudes socialmente liberadoras de éste)”, continuó diciendo el reputado intelectual, “es lo que explica la fortaleza electoral del PLD (un partido sin historia de combatividad, sin referencias democráticas claras, de escasa conexión emocional con la gente sencilla y, además, filosófica y orgánicamente desfasado, puesto que exhibe un liderazgo providencialista, un pensamiento doctrinal, emparentado con el neofascismo, y todavía reivindica el concepto leninista de “disciplina”, en tanto fuente de dirección vertical y de élite “pensante”), a pesar de que las dos últimas administraciones del doctor Fernández, según testimonian múltiples organismos internacionales, han roto todos los récords internos en materia de dispendio, ineptitud, corrupción, inseguridad ciudadana, falta de transparencia y manejo mentiroso de las estadísticas estatales”.

“Más aún”, insistió Broussonet, “el alto liderato del PLD (incluido el doctor Leonel Fernández, un absurdo dirigente mesiánico del siglo XXI, que exhibe un discurso a favor de los pobres, pero que, en lo fundamental, es el líder de los ricos, de los beneficiarios de la corrupción -pública y privada- y de la derecha mas rancia del país), se amamanta en ese aparato clientelar con particularidades muy propias: aparte de que ha aplicado concientemente el “librito de Balaguer” (discurso que niega la realidad, manejo fraudulento de las estadísticas, mega obras, como fuentes de “acumulación originaria” y financiamiento electoral, paternalismo gubernamental, uso descarado de los recursos del Estado para propósitos partidistas, permisividad frente a la corrupción, etcétera), cuando menos las dos terceras partes de su base socio-política son de procedencia no peledeísta: balagueristas desamparados, lùmpenes barriales, “yuppies” (acrónimo pluralizado en inglés que designa a profesionales urbanos de entre 20 y 40 años, ávidos de nombradía y riqueza rápida), intelectuales conservadores y ex izquierdistas”.

“En otras palabras”, acota el letrado franco-belga, “no exageran los que han afirmado que el PLD es un proyecto en marcha de partido de Estado (tipo los de la vieja Europa del este) o de partido-corporación (tipo nacional-socialismo alemán o fascismo italiano) que tiene al gobierno como manantial de alimentación y plataforma de funcionamiento. Pero hay que agregar algo más: el peledeìsmo opera también en estos momentos, como una gran empresa política, económica e ideológica por acciones que, con rasgos y visión estratégica de monopolio, genera riquezas por diferentes vías, reproduciendo los peores referentes de la sociedad, mantiene una voluminosa militancia parasitaria, y está dirigida por una élite de nuevos potentados que se pelean sigilosamente por los cuantiosos privilegios que reditúa el ejercicio del poder. Es, por consiguiente, un partido que encarna, en términos históricos, si hacemos caso omiso a las confusiones que puedan existir hoy día al respecto, la opción política corporativista (en su vertiente neoliberal y neofascista) por oposición a la opción popular y humanista”.

“No se debe olvidar”, añade Broussonet, “que en política la visión corporativista del desarrollo social (autoridad estatal casi sin grietas, fuerte base financiera, apabullante parafernalia pública y control de la propaganda, la percepción y la “conciencia”), tiende a crear en principio, un estado de adormecimiento general (“mentid, mentid, que algo queda”, o “lo real no es el hecho sino la percepción”) y de apoyo por omisión que raya en el totalitarismo popularmente consentido, pero que a la postre genera por si mismo, un despertar colectivo en forma de indignación y rabia que, aunque en principio subterráneo (por el miedo de la gente a la represión o a la pérdida del beneficio de que goza por obra y gracia del Estado), termina haciendo añicos todo el ordenamiento creado bajo sus providencias y dictados. Esto es lo que enseña la historia, no otra cosa, y no hay razón para suponer que no ocurrirá lo mismo con el proyecto corporativista del PLD”.

“Ahora bien, ¿qué es lo que ocurre? ¿Por qué los pueblos terminan abominando de semejante visión del desarrollo social?”, se pregunta Broussonet, y de inmediato se responde: “Lo que acontece es que si algo no pierden nunca los pueblos (sin importar lo que se les de, ofrezca o machaque), es su instinto de supervivencia, y por eso, cuando reparan en que los proyectos corporativistas (aún con su inmenso aparato clientelar), se constituyen en tomaduras de pelo frente a sus verdaderas realidades materiales (la percepción, obviamente, se impone sobre los hechos sólo de manera temporal) y en una amenaza a la existencia misma de la nación (“el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”), la conspiración y la deserción crecen como la verdolaga: es la consumación del viejo dicho de que “lo mucho hasta Dios lo ve”, pero en estos casos como repuesta popular sabichosa”.

“Por otra parte”, sigue diciendo el politólogo franco-belga “tampoco se puede olvidar que los proyectos corporativistas históricamente tienden al totalitarismo en términos políticos, económicos, culturales e ideológicos (subordinación de los poderes públicos y los órganos de control estatal a la voluntad partidaria o personal asentada en la sede del Ejecutivo, señorío mediático-cultural, invasión de la estructura económica con nuevos agentes vinculados al partido de gobierno, etcétera), y semejante sesgo inevitablemente termina enfrentándolos con la parte no sumisa de la partidocracia, con importantes sectores productivos (que ven en el pluralismo y la alternabilidad, los más sólidos pilares de la estabilidad social y, por lo tanto, las mejores garantías de sus inversiones y expectativas de avance), y con la clase media profesional e intelectual no incorporada al modelo de dominación establecido”.

“De ahí”, enfatiza Broussonet, “que si vemos bien las cosas, la fortaleza de hoy del PLD (sustentada en los recursos públicos y en el bombardeo publicitario), será su gran debilidad del mañana inmediato: al ser un organización de mentalidad corporativista que carece de límites morales y que, por ello mismo, en el fondo desprecia a la gente simple de carne y hueso (a la que entretiene y burla con migajas de la riqueza estatal), la rebelión de esta última contra ella será inevitable, y para fines prácticos, la misma se habrá de conjugar con la postura levantisca de los sectores ya mencionados para crear, formal o informalmente, un gran frente de oposición real: los ejemplos a este respecto, valga la insistencia, abundan tanto en la historia europea como en la americana, desde el partido NAZI de Alemania, hasta el PRI de México”.

“Desde luego, los enfrentamientos del tipo reseñado”, asegura el profesor Broussonet, “siempre terminan generando grandes polarizaciones sociales, económicas, culturales y políticas, aunque para el observador, la más evidente y brutal habitualmente, es la que se produce en el último terreno (dominado y regentado por los partidos y sus liderazgos): de un lado, los beneficiarios directos e indirectos del proyecto corporativista, y del otro lado, los excluidos y los críticos morales. A la larga, esa es la esencia de la batalla, sea de carácter electoral o sea de cualquier otra índole: el encaramiento simple de ´los de arriba´ contra ´los de abajo´, en la estructura política del Estado”.

“Naturalmente”, precisa el educador del viejo continente, “si esa batalla es puramente electoral, el partido que representa al status con regularidad, tiene las de perder, y no solamente porque marcha a contracorriente de la historia y los anhelos populares (por más grande que sea el aparato clientelista, nunca puede compensar a la mayoría de la población y, además, es inevitable que cree, dentro de sus favorecidos, un mudo sector de descontentos e insatisfechos, integrado por los que se consideran merecedores de mayores mercedes), sino también porque la inclinación al cambio (y esto no debe olvidarlo ningún analista u observador político), es una categoría histórica inherente a voluntad social, cuando hay una atmósfera de polarizaciones”.

A ese respecto, la consideración nodal de Broussonet sobre las elecciones nacionales, es clara y terminante: “La República Dominicana se encuentra en estos momentos, dentro de esa vorágine de polarizaciones (que constituye una seria amenaza para la democracia, porque el poder intenta reproducirse y perpetuarse con base en el dinero, la alineación publicitaria y la fuerza logística del Estado, debilitando la institucionalidad y yugulando los espacios de pluralidad y contrapeso), en un ambiente de grandes carencias y descontentos populares (certeramente colocados por la oposición en el centro del debate público, con la consigna paternalista pero reivindicadora de “!Llego papá!”), y de notoria y peligrosa precariedad en el arbitraje institucional (JCE y altas cortes controladas por el partido de gobierno). La situación no puede, pues, ser más explosiva, y de ella tienen clara conciencia los sectores que con regularidad deciden los procesos electorales”..

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