lunes, 14 de febrero de 2011

¿Por qué no regulamos las armas con la misma seriedad que los juguetes?

Nicholas D. Kristof
The New York Times

Se consideraba que Jared Loughner era demasiado inestable mentalmente para asistir a la universidad comunitaria. Fue rechazado por el ejército. Sin embargo, ¿comprar una pistola Glock y un cargador para 33 rondas? No hay problema.

A fin de proteger a la población general, regulamos los automóviles y los juguetes, medicamentos y fondos mutualistas. Entonces, meramente como una cuestión de salud pública, ¿no deberíamos aplicar medidas para reducir el precio derivado de nuestra industria nacional de armas?

Miren, soy un niño de granja de Oregón al que le dieron un rifle calibre .22 cuando cumplió 12 años. Aún disparo ocasionalmente cuando visito la granja familiar, y entiendo uno de los atractivos de las armas: son divertidas.

También es cierto que las personas elegantes de la ciudad a veces exageran el riesgo de cualquier arma que se trate. Los autores de Freakonomics notaron que un hogar con una piscina es considerablemente más peligroso para los niños pequeños que un hogar con un arma de fuego. Dijeron que un niño se ahoga cada año por cada 11,000 piscinas residenciales, pero que un niño muere de un disparo por cada millón o más de armas.

Dicho todo lo anterior, las armas son mucho más mortíferas en Estados Unidos, no en menor medida porque hay muchísimas. Hay aproximadamente 85 armas por cada 100 personas en Estados Unidos, y nosotros rebosamos en particular de pistolas.

(El único país que he visto más armado que Estados Unidos es Yemen. Cerca del poblado de Sadah, fui a un mercado de armas donde me ofrecieron lanzagranadas, ametralladoras, minas antitanques e incluso un arma antiaérea. Sí, ¡un sueño de la NRA! –Asociación Nacional del Rifle– –Nada de molestos reguladores. Solamente terrorismo y una guerra civil menor.)

Apenas desde los asesinatos de Tucson, Arizona, otros 320 estadounidenses, aproximadamente, han sido muertos por armas de fuego anónimamente, captando apenas una hebra de atención. Para mañana, serán 400 muertes. Cada día, aproximadamente 80 personas mueren a causa de armas de fuego, y varias veces ese número terminan heridas.

Las ventas de pistolas en Arizona se dispararon 60%, con base al noticiario de Bloomberg, a medida que los compradores buscaron derrotar cualquier reforzamiento de las leyes de armas. La gente también compra armas con la esperanza de estar más segura. Sin embargo, la evidencia es abrumadora en cuanto a que las armas de fuego, de hecho, ponen en peligro a sus dueños. Un académico, John Lott Jr., publicó un libro en el cual sugiere que más armas conducen a menos delincuencia, pero muchos estudios ya desbancaron ese hallazgo (aunque, también, es cierto que un auge en el número de armas escondidas no condujo al baño de sangre que los liberales habían pronosticado).

Un cuidadoso artículo que será publicado en la Revista Estadounidense de Medicina del Estilo de Vida, escrito por David Hemenway, catedrático de Harvard que escribió un libro brillante hace unos cuantos años encuadrando de nuevo el debate sobre las armas como un desafío de salud pública, deja en claro que un arma en el hogar ocasiona que sea más probable que su dueño reciba un balazo, ya sea accidentalmente, por suicidio u homicidio.

Las probabilidades de que un arma sea empleada para disuadir la invasión de una vivienda son increíblemente remotas, y marcar el 911 es más efectivo para reducir lesiones que blandir un arma, dice el artículo de la revista. Sin embargo, agrega que los niños estadounidenses tienen probabilidades 11 veces mayores de morir en un accidente con armas de fuego que en otros países industrializados, debido a la prevalencia de armas.

De manera similar, las tasas de suicidio son mayores en estados con más armas, sencillamente porque hay más suicidios con armas de fuego. Otros tipos de suicidio no son más altos. Y debido a que la mayoría de los homicidios en el hogar son por parte de familiares o conocidos –no por un intruso–, la presencia de un arma en el hogar incrementa el riesgo de un asesinato armado en ese hogar.

¿Entonces qué se puede hacer? Le pregunté a Hemenway cómo supervisaría un enfoque de salud pública para reducir las muertes y lesiones por arma de fuego. Él sugirió lo siguiente:

Limitar las compras de armas a una por mes, por persona, para reducir el tráfico de armas. Y justamente a medida que el gobierno ha aplicado severas medidas en contra de los minoristas que venden cigarrillos a menores, hay que ponerse duros con los comerciantes de armas que venden a traficantes.

Se debería pugnar por más seguros en las armas, así como hacer que sea más difícil borrar los números de serie.

Mejorar las revisiones de antecedentes y seguir a Canadá en el requisito de un periodo de espera de 28 días para adquirir un arma de fuego. Además, se deben prohibir las cartucheras de tamaño excesivo, como la recámara de 33 balas que presuntamente se usó en Tucson. Si el tirador hubiera tenido que cargar nuevamente después de disparar 10 balas, pudiera haber sido derribado antes. Asimismo, inviertan en nuevas tecnologías como las “armas inteligentes”, que pueden ser disparadas solamente cuando se está cerca de una pulsera por separado o después de un escaneo de huellas dactilares.

De manera similar, podemos aprender de Australia, que en 1996 prohibió las armas de asalto y empezó a comprar de nuevo 650,000 de ellas. El impacto es polémico y a veces se ha distorsionado. Sin embargo, la Revista de Política de Salud Pública nota que después de la prohibición, la tasa de suicidio por arma de fuego cayó por la mitad en Australia durante los siete años siguientes, al tiempo que la tasa de homicidio con arma de fuego casi se ha reducido por la mitad.

Recientemente, el Congreso de Estados Unidos hizo eco con discursos que rindieron homenaje a quienes fueron baleados en Tucson. Eso es magnífico pero superficial. El mejor servicio en recordación sería la regulación de armas de fuego justamente con la misma seriedad con que regulamos los automóviles o los juguetes.

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