lunes, 26 de septiembre de 2016

GOD BLESS AMERICA

El barco que aloja esta civilización occidental del siglo XXI tiene capitán y tripulantes carentes de talento, responsabilidad, autoridad moral, vocación de servicio o mérito.

GOD BLESS AMERICA
Por Melvin Mañón


Keith Scott, 43 años, Charlotte, Carolina del Norte, negro, siete hijos, sin antecedentes criminales es detenido por un policía quien le ha confundido con otra persona. Segundos después, a plena luz del día, el policía le dispara y contra el testimonio de los testigos, los gritos, advertencias y la lógica del momento y lugar se alega que tenía un arma en las manos. La hija de Scott, indignada, grita a los policías que no le “planten” un arma a su papá y las autoridades se niegan a hacer público el video que recoge los hechos. Mucha gente en la ciudad se tira a las calles a protestar, quemar lo que encuentran, desahogar su ira.

The Guardian, que dedica una sección especial a registrar los civiles muertos cada año a manos de la policía en el 2016 da cuenta de 790 casos, la cifra más alta. 194 de estos muertos fueron negros, sin embargo, cuando se pone en contexto la información el dato es aterrador. Y uno se pregunta, ¿Que está sucediendo en los EE. UU.? Porque esos muertos no eran perseguidos, conocidos ni buscados, sino gente que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado o sea que, la brutalidad policial no se ejerce de forma selectiva contra personas sindicadas, listadas, marcadas para ser asesinadas como por ejemplo fue la guerra contra los izquierdistas. Esta es una brutalidad que parece no tener sentido, como si los policías hubieran perdida el control y la disciplina, como si hubieran sido instruidos y entrenados para esa brutalidad que naturalmente ha sido amparada y protegida por jueces y tribunales que han absuelto sistemática y reiteradamente a los policías acusados de violencia excesiva. No se entiende esa prisa por disparar, ni que se persigue con ello. Pero observe el lector otra cosa. ¿Cuántos de los civiles baleados por la policía resultaron heridos? Y sorpresa, no hay heridos o no se registran. Cada vez que un policía dispara lo hace a matar y obsérvese además que generalmente, incluso con la víctima en el suelo, derrumbada o cayendo siguen disparando una y otra vez cuando hasta en los videos es ostensible que no había necesidad de hacerlo.

Apenas dos días antes de lo de Charlotte, la SUV de Terence Crutcher, 40 años, negro, de Tulsa, Oklahoma sufre una avería y mientras pide ayuda permanece en la carretera. Viene la policía por tierra y por aire. Crutcher no ha hecho ni dicho nada que pudiera molestar u ofender a la policía, no obstante, un tripulante del helicóptero policial que sobrevuela la escena se refiere a él como un “big bad dude”, una connotación despectiva que igual quiere decir un asqueroso, que un tigre malo que un sin servir. Sin que sepamos porque, puesto que no ha habido delito, detención, ni arresto Crutcher, con las manos en alto, camina hacia su SUV con tres policías detrás suyo. Cuando llegan al vehículo, Crutcher pone ambas manos aun levantadas sobre un costado del techo del SUV y suena un disparo, Crutcher cae y fallece en el lugar. En la misma jefatura de policía alguien se apresura a decir: “Crutcher no tenía armas ni las había tampoco en su vehículo”. El hecho ocurre ante la vista de todos y no creo exagerar si digo que el matador de este hombre, parece lamentar los inconvenientes personales que le esperan más que el dolor y la pena causados. Civiles y policías están matando gente como si jugaran en la pantalla de una computadora. Imparten órdenes que hacen a la gente más torpe, que la paralizan de miedo y las hace incapaces de responder a dichas ordenes y ante dicho incumplimiento involuntario, la respuesta es plomo.

God Bless America, reza e invoca a manera de himno nacional la melodía solemne y generosa que identifica este país pero ahora hay que preguntarse a cual América debe bendecir Dios. ¿La amenazada por terroristas de verdad y de mentira o la aterrorizada por la policía y el poder?

Algo anda muy mal.

La gente agredida, empobrecida, victimizada por la injusticia, desposeída por el poder, abandonada a su suerte, manipulada sin cesar para que crea y diga, consuma y compre lo que quieren venderle, embrutecida a más no poder, incluso esa América ya no tiene motivos para defender su país ni pedirle a Dios que lo bendiga cuando los beneficios de tales bendiciones son tan desproporcionalmente distribuidos.

El asesinato de negros por policías en los EE. UU., el asesinato de inocentes por civiles armados enloquecidos en otros lugares, el odio difundido por el poder de unos y la riqueza de otros, la intolerancia trágica que, a su pesar, fomentan las redes sociales, el embrutecimiento colectivo que llena de ruido todos los espacios de la cabeza hasta desalojar la sensatez o la conciencia, la industria alimenticia que se enriquece alimentándonos con basura y la farmacéutica que hace lo mismo vendiendo antídotos.
Estamos al garete. El barco que aloja esta civilización occidental del siglo XXI tiene capitán y tripulantes carentes de talento, responsabilidad, autoridad moral, vocación de servicio o mérito. Nosotros, pasajeros y tripulantes carecemos de voluntad y disposición de reclamar; entregados y embrutecidos estamos por el opio de las pantallas y vidrieras así que nadie está en control más que de las apariencias, nadie tiene un proyecto creíble porque de hecho nadie cree en nada ni en nadie y en medio de esta descreencia se derrumba en todas partes ese edificio que conocimos como civilización occidental y la gente, sobre todo las clases medias, acuden al velorio sin percatarse de que la ley del más fuerte espera agazapada la partida del cortejo fúnebre para reinar.
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domingo, 25 de septiembre de 2016

NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES

Patrona de la República Dominicana, declarada en el año 1616

La historia se remonta al 14 y 15 de marzo del 1495, sobre un alto cerro a 5 Km de La Vega Real.

Al regreso de Colón luego de su viaje donde descubrió Cuba y Jamaica, encontró que el panorama estaba alborotado debido a las violaciones y robos cometidos por los suyos. De los cinco soberanos de la isla, Guacanagarix, cacique de Marién, quedaba amigo; Caonabo, cacique de la Maguana, enemigo encarnizado; Guarionex, Bohechío y Cayacoa, caciques de Maguá, de Jaragua e Higüey, titubeaban entre el temor a los españoles y el furor de Caonabo. Para la pacificación de la isla Colón nombró a Alonso Ojeda, que hizo preso a Caonabo. Por lo que una coalición entre los caciques, comandados por Maniocatex, hermano de Caonabo, aglomeró un inmenso ejército de indios en La Vega Real, para destruir las fortalezas y atacar la Isabela.

Ante tal noticia, Colón se dispuso a combatirlos. Al llegar al lugar colocó, como de costumbre, una cruz de dos metros en el centro del cerro, improvisada con dos ramas de níspero. Los españoles eran tan pocos que necesitaría un milagro para detener a tanta muchedumbre (españoles 220, indios aprox. 30,000). Cuentan que al llegar los indígenas y ver la cruz, la atacaron directamente, calculando que el poder de los españoles se derivaba de ella. Así intentaron destruirla, arrimando leña para quemarla e intentando cortar con sus hachas de piedra, que al primer golpe se quebraban. Los españoles aprovechando la distracción se ubicaron en el otro cerro contiguo a pasar la noche, lo que aprovechó Colón para convocar un consejo de capitanes y deliberar qué hacer...

En ese crítico momento se levantó el padre fray Juan Infante, religioso de la Orden de la Merced y confesor del Almirante:

“Yo soy del parecer, que ni huyamos, ni nos estemos quietos sino que acometamos a nuestros enemigos. Lo que importa es implorar el auxilio de nuestra Señora de la Merced”.

Luego de tan enérgicas palabras al siguiente día se dio la batalla, y no valió la heroicidad de algunos indios, ni el sacrificio de mil vidas que se opusieron a detener el curso de la victoria. Los españoles no pudieron menos que reconocer en este suceso, la interposición de un milagro, y llenos de regocijo y de sentimiento religioso, se reunieron a dar gracias a la Virgen.

Desde entonces Nuestra Señora de Las Mercedes es venerada en el Santo Cerro, primer santuario mariano de América, establecido por indicación del mismo Cristóbal Colón, quien indicó en su testamento que se hiciera esta iglesia.

De inmediato surgió esta devoción por Nuestra Señora de Las Mercedes y la Santa Cruz de La Vega. Esta Cruz se hizo famosa por los prodigios concedidos en todo el país.

Y lleva el nombre de Santa Reliquia.

Tomado de SunCaribbean.net

Su día se celebra el 24 de septiembre.

Es decir, los dominicanos celebramos una supuesta intervención y ayuda de la virgen para que los españoles masacraran a los nativos… ¿hace sentido eso?
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SEVERO OCHOA ALBORNOZ

Severo Ochoa de Albornoz (Luarca, Asturias, 24 de septiembre de 1905 – Madrid, 1 de noviembre de 1993) fue un científico español de renombre internacional. En 1959 fue galardonado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, compartido con su discípulo Arthur Kornberg, “por sus descubrimientos sobre el mecanismo de la síntesis biológica del Ácido RiboNucleico (ARN o RNA) y el Ácido DesoxirriboNucleico (ADN o DNA)”.

Seguir leyendo aquí Biografía de Severo Ochoa

Más sobre Severo Ochoa en Wikipedia


Lea también Severo Ochoa, la química de la vida en OpenMind
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sábado, 10 de septiembre de 2016

EL 'FACTOR DIOS'

TRIBUNA: LAS RELIGIONES Y LAS MATANZAS

EL 'FACTOR DIOS'

Por JOSÉ SARAMAGO
18 SEP 2001


En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.

Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.

Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.

Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.

José Saramago es escritor portugués, premio Nobel de Literatura.
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miércoles, 7 de septiembre de 2016

ANTOLOGÍA PARA ESCAPAR DEL OLVIDO

Por José Carvajal

La definición de la poesía es una de las más difíciles del quehacer literario. Al nivel popular, se entiende por poesía todo lo que está escrito en verso o en lo que especialistas llaman prosa poética. También, aunque parezca raro, la mayoría de las personas que escribe poesía no sabe lo que es poesía ni porqué la escribe, y cuando intenta definirla casi siempre termina en un laberinto filosófico que en vez de aclarar las dudas lo que hace es aumentar la confusión. El misterio es de tal magnitud, que la idea queda flotando eternamente.

El clásico romántico español Gustavo Adolfo Bécquer intentó su propia definición cuando escribió: «Poesía... eres tú». De igual modo pasó con el modernista y premio Nobel español Juan Ramón Jiménez, que la describió «pura, vestida de inocencia, y la amé como un niño...» Y Neruda, tercer Nobel latinoamericano, le tiñó de carbón la frente en su famosa «Oda a la poesía».

A pesar de toda vana exigencia, debemos reconocer que el poeta no está en la obligación de definir lo que es poesía. De hecho, el no saberlo beneficia más su creatividad que el descubrir de qué están hechos los versos con los que intenta comunicarse de una forma distinta, única, que no se parezca a la de nadie más; porque el poeta debe aspirar constantemente a la originalidad. Ya lo dijo la ensayista dominicana Camila Henríquez Ureña: «[…] el poeta debe ser preciso en su expresión de lo impreciso. No ha de dejar nada a la casualidad».

Si el poeta no es original ya sea en el decir o en la forma, o si no es «preciso en su expresión», la poesía corre el riesgo de caer en el olvido. En algunos casos sus versos podrían sobrevivir en antologías, pero el mérito ya no sería propio, sino del trabajo del compilador que a su gusto y capricho mezcla “buenos y malos” para satisfacer un propósito que puede ser extraliterario. Quiero pensar que en el caso de la “Antología de poesía amorosa” de Ángela Hernández la mezcla no es de poetas sino de “poemas buenos y poemas malos”. Esto, porque un poeta puede ser excelente y quedar “vilmente” antologizado con un poema de calidad cuestionable.

En su breve ensayo “La lectura de la poesía”, Camila Henríquez Ureña explicó que «hay poesía difícil porque el poeta lo quiere; poesía hermética, que ha existido en muchas épocas, si no en todas (Góngora, Mallarmé), y que existe hoy. Hay hoy como siempre, poesía caótica o incoherente por debilidad o defecto del poeta». Sin embargo, muchas de las dificultades de la «poesía difícil», CHU las atribuye al hecho de que «pocos lectores leen la poesía como tal, sino que quieren entenderla sin prestarle atención». Yo agregaría que muchos simplemente la ponderan sin darse a la tarea de leerla.

Pero hay casos más graves todavía. Algunos “estudiosos” antologizan sin leer, sin conocer las obras de los incluidos (y los excluidos), y sin analizar los elementos que hacen del poeta merecedor de figurar en una antología, la cual debe ser un muestrario de lo mejor. En el caso del trabajo de Angela Hernández preocupa la inclusión de poemas inéditos (así figuran Juan Carlos Mieses, Martha Rivera-Garrido, César Zapata, Alejandro Santana, Valentín Amaro, Néstor Rodríguez, Ariadna Vásquez). Ese solo hecho convierte el esfuerzo de Angela en una simple y caprichosa recopilación de poemas, y no en una antología hecha con rigor.

Echemos una mirada: la “Antología de poesía amorosa” está dividida en cuatro etapas: Poetas nacidos en el siglo XIX; Poetas nacidos entre 1901 y 1940; Poetas nacidos entre 1941 y 1970; y Poetas nacidos de 1971 en adelante.

Esa división parece un método, pero hay sequía; falta que se explique cuál es la importancia de cada época; y qué cambios, rechazos, influencias, conexión o similitudes existen entre unas y otras. El lector merece saber, por ejemplo, por qué la antología inicia con Félix María del Monte y no con Manuel María Valencia, que según Max Henríquez Ureña fue quien introdujo el romanticismo en la poesía dominicana. Igual se puede cuestionar la omisión de José Joaquín Pérez, autor de extensa obra lírica y que junto a Salomé Ureña y Gastón Fernando Deligne «constituye la trinidad de dioses mayores de la poesía dominicana durante el siglo XIX». Así lo anota MHU en su “Panorama histórico de la literatura dominicana”.

Esos tres poetas fueron incluso elogiados en su momento por el grande crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo, que consideró a Deligne como «el más notable de los ingenios de la actual generación»; Rubén Darío y otros también miraron al parnaso vernáculo y encontraron en algunos de nuestros poetas una calidad equiparable a la de contemporáneos de otros países de América y Europa.

Esa es parte de la sequía que encuentro en la antología de Angela Hernández, aparte de que en la suya repite poemas antologizados en otras anteriores, sin duda una práctica de la prisa y del trabajo fácil para no dar un paso en falso. Solo dos ejemplos: El poema «En el atrio» (Fabio Fiallo) fue tomado por AH de la “Antología de la literatura dominicana” de Manuel Arturo Peña Batlle, de 1944; pero también aparece reproducido íntegramente en el estudio “Panorama histórico de la literatura dominicana” de Max Henríquez Ureña. De igual manera sucede con el poema «Pequeño nocturno» (Osvaldo Bazil), que AH lo toma de la antología “Dos siglos de literatura dominicana (S. XIX-XX)” de Manuel Rueda, 1996; y figura también de manera íntegra en el “Panorama histórico...” de MHU. La pregunta es, si vamos a reproducir lo ya antologizado, sin dar siquiera razones para ello, ¿cuál es el aporte del nuevo proyecto?

Creo que la columna más sólida de la literatura dominicana es la poesía, es lo menos local de nuestras letras, lo más universal. Si fuéramos conscientes de esta realidad, nos cuidaríamos de publicar antologías que no están a la altura de nuestro discurso poético. Lamentablemente, el esfuerzo de Ángela Hernández parece el cuaderno de una colegial y no un trabajo serio que merezca la atención de especialistas en la materia.

Hace exactamente cien años, en 1916, Pedro Henríquez Ureña escribió unas notas sobre “Las antologías dominicanas”. Allí da noticias interesantes que marcan el inicio de lo que se podría describir como el viaje poético de nuestras letras. Antes de aparecer la primera antología local la poesía dominicana había ganado ya un espacio en el extranjero. PHU lo dice así: «La primera antología en que, según toda probabilidad, figuró un poeta dominicano, fue la “América poética”, publicada por el insigne literato argentino Juan María Gutiérrez, en Valparaíso, el año 1846 […] El dominicano que allí figura es Francisco Muñoz del Monte (1800-1865)».

El recuento que hace PHU es de suma importancia porque establece puntos de partida de las antologías dominicanas, y de poetas dominicanos antologizados en el extranjero desde la primera mitad del siglo XIX. De ahí se desprende que antes de publicar una propia (“Lira de Quisqueya”, en 1874), la poesía dominicana respiró en por lo menos tres antologías extranjeras (la ya mencionada; “Flores del siglo” (1853), en la que figuró el mismo Muñoz del Monte; y “Poesías de la América meridional” (1874), que incluyó el soneto «A la noche» de Félix María del Monte.

De “Lira de Quisqueya” el humanista subrayó que incluye «malos poetas y muchos versos malos aún de los buenos poetas». Eso lo dijo PHU hace justamente cien años, y es lo que se puede decir ahora de la “Antología de poesía amorosa” de Ángela Hernández, cuya selección es en algunos casos deplorable, no tanto por falta de sensibilidad de la antóloga, sino por la prisa con la que parece haber trabajado ese proyecto personal.

En la próxima y última entrega hablaré de la selección, de poemas y poetas incluidos, y de una que otra omisión.
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martes, 6 de septiembre de 2016

LOS SENADORES SE BURLAN DEL PUEBLO

Por Fernando Rodríguez Céspedes

La acción de los senadores de aumentarse 70 mil pesos en sus salarios, constituye una burla a los profesionales que, como los médicos e ingenieros, laboran a lo largo de un mes para recibir un salario que no alcanza el monto de ese aumento.

De la clase trabajadora ni se diga, porque al igual que los miembros de las instituciones armadas, reciben salarios tan bajos que no dan ni para comprar una botella de vino de las que consumen nuestros flamantes legisladores en sus francachelas.

Esos personeros que desde ya cuentan con grandes privilegios por asistir tres días a la semana a levantar sus manos y a defender sus intereses políticos y personales como en el caso de los Súper Tucanos, acaban de asestar una estocada a los principios elementales de la equidad.

No conforme con los 2,500 millones que se calcula, han recibido a través del barrilito, los senadores recibieron hace poco, junto a los diputados, una partida de 600 millones de pesos del Presupuesto Nacional para su privilegiado fondo de pensiones.

Asimismo, al amparo de las dos exoneraciones abiertas que reciben en cada periodo negocian, violando la ley, la importación de vehículos como los 32 Ferraris, 18 Mercedes deportivos, 5 Rolls Royce, 5 Porches, 4 Lamborghini, que denunciara el director de Impuestos Internos, entraron al país amparados en exenciones.

Sería interesante que los legisladores dominicanos, porque también los diputados pretenden aumentarse en más de 100 mil pesos sus salarios, le expliquen a la ciudadanía qué tan esforzado es su trabajo que amerita pagos tan exagerados en un país de salarios de miseria.

Hay que ser muy descarado para justificar un aumento de salario tan desproporcional a sus labores, al amparo de la Ley 105-013, que dicho sea de paso, debe ser revisada porque entraña una situación de abuso e inequidad que lesiona los principios elementales de la justicia social.
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