domingo, 15 de octubre de 2017

MÁS QUE UNA NOVELA DOMINICANA (1)

Por José Carvajal

Con este artículo acerca de la ópera prima del joven narrador Edward Chá rompo la promesa de no escribir más sobre literatura dominicana. Y es que la novela lo amerita. Pero es probable que no se pueda hablar ni comprender «La solución final de la cuestión proletaria» sin echar primero una mirada rápida a la generación que pertenece el autor. No hablo de generación literaria, sino de ese grupo que se define por las características de una época. En el caso de EC es la llamada «Generación Y» o «Generación del Milenio», que según sociólogos agrupa a los nacidos entre 1980 y el año 2000.

Los cambios que se originaron durante aquellos veinte años los vemos reflejados hoy en el comportamiento de esos jóvenes que crecieron sin conocer las sangrientas luchas políticas e ideológicas que marcaron y moldearon épocas del siglo XX, y bajo la influencia del imparable avance de una tecnología tan útil como capaz de idiotizar cerebros, las profundas crisis económicas mundiales, la desaparición de la Unión Soviética, el derribo del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría, y la inversión de todo tipo de valores humanos. Los que crecimos en medio de los cambios quedamos empantanados en la vorágine de lo que nos enseñaron como ideal y lo que nos tocó en la práctica. Se rompieron todos los lazos con el pasado y se dificultaron los diálogos con el futuro de entonces, que es el presente de la Generación del Milenio.

Los cambios mundiales y el vertiginoso desarrollo económico de la industria editorial también sacudieron las bases de lo que conocíamos como literatura de calidad y, por supuesto, el gusto, el hábito y los métodos de lectura. Además de los clásicos tradicionales, nuestras referencias más inmediatas eran autores, intelectuales pensantes, que elaboraban una obra a partir de sus convicciones políticas e ideológicas. La defensa del pensamiento propio era un asunto de honor. Se debatía con altura, con conocimiento profundo de las cosas, y nadie se atrevía a publicar un libro si el mismo no pasaba la prueba de lectores y correctores avezados que determinaban lo que ellos consideraban como aportes a la sociedad.
Parte de la época de los debates y exigencias literarias del siglo XX se vivió también en República Dominicana. Los clásicos de nuestro país escribieron obras de calidad a partir del buen uso del lenguaje; lo mismo debatieron temas de interés vernáculo y no escatimaron esfuerzos para trascender las costas insulares. Ejemplos de trascendencia de principios del siglo pasado son Fabio Fiallo, Manuel de Jesús Galván, Tulio M. Cestero y los hermanos Henríquez Ureña (Pedro y Max), entre otros. La trascendencia de esos nombres, y de otros que siguieron décadas más tarde (Juan Bosch, Pedro Mir, Manuel del Cabral…) fueron, sin embargo, logros individuales, y casi siempre apoyados más en funciones diplomáticas desempeñadas por los autores que en las obras de éstos. Nunca hemos trascendido como un corpus que interese al mercado internacional del libro y que permita al lector extranjero entrar en contacto integral con la literatura dominicana.

Uno de los problemas que entorpecen la trascendencia de nuestra literatura es el no saber seleccionar el tema; es decir, pocos escritores dominicanos saben escoger los temas; o si logran un acierto con el tema, lo malogran en el camino. Un tema con el adecuado tratamiento abre posibilidades a la trascendencia; si es local y tratado pobremente, la obra será local; si es de alcance internacional y es desarrollado de manera adecuada, tendrá mayores posibilidades de cruzar fronteras; y si es universal, algo excepcional en cualquier época, la obra estará destinada a colocarse entre los clásicos. En resumen, todos los temas son locales porque responden a reflejos de las circunstancias que rodean al escritor; la clave está en el tratamiento.

Se puede decir, grosso modo, que el tema de la ópera prima de Edward Chá es circunstancial. Me explico: lo que el novísimo narrador hace es un retrato de la sociedad dominicana contemporánea, la que heredó del siglo XX y la que le está tocando vivir en el siglo XXI. Ese retrato no es diferente, por ejemplo, de lo que ocurre en otras sociedades capitalistas de América y Europa. En este caso el tema central es, digamos, de poco vuelo, propio para un thriller de mala calidad, además de extremista: el dueño de una empresa decide matar a sus empleados para no pagarles prestaciones ante la inminente quiebra del negocio. Luego vienen los subtemas (argumento) que ayudan a desarrollar una trama que se nutre de la actualidad. Pese a los defectos que afloran en la lectura atenta, no se puede negar que «La solución final de la cuestión proletaria» es una novela en el sentido estricto de lo que encierra esa palabra que define al género mayor de la narrativa de ficción. Una de las cosas que observo en ella es el uso excesivo de la elipsis narrativa, y eso da la impresión de que Edward Chá se quedó con la mitad de su novela en la cabeza. De ahí surgen quizá los defectos (y los aciertos) narratológicos que señalaré en un próximo artículo.

En realidad, toda novela es un universo, y tiene defectos como el Universo o la Naturaleza. Lo interesante es que el Universo no pierde su importancia por tener defectos. Los personajes del Universo, es decir, nosotros, estamos llenos de defectos; lo mismo la narrativa de nuestra cotidianeidad. El hecho de que amanezca lloviendo y que de repente salga el sol puede considerarse un defecto de la Naturaleza; una persona minusválida de nacimiento sería otro defecto de la Naturaleza. Nuestros silencios prolongados o desapariciones inexplicables en medio de conversaciones podrían ser igualmente un defecto de nosotros como personajes de la vida. En fin, podemos decir que la novela es el género de los «defectos». Sin embargo, en lo que respecta al ejercicio escritural se espera que esos «defectos» no sean de estructura, de puntos de vista, de tono narrativo, de elaboración de personajes «humanos y creíbles», de ambientación, de composición, de estilo, ni de uso del lenguaje que, quiérase o no, es la médula espinal de todo texto literario.

Aunque no es necesariamente el caso de Edward Chá, concluyo esta primera entrega con Norman Mailer: «Puedes escribir un libro muy malo, pero si el estilo es de primer nivel, entonces tienes algo que vivirá, no para siempre, pero sí por un tiempo decente.»

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