lunes, 27 de julio de 2015

¿Y QUIÉN VA A OBEDECER?

Por Melvin Mañón

Es necesario entender la importancia de tres palabras: legitimidad, credibilidad y autoridad. Sin ellas nadie puede gobernar porque, para empezar si no tiene autoridad, su palabra, sus órdenes, sus instrucciones no se convierten en realidades y ni los que reciben la orden se lo toman en serio ni quien la imparte está equipado con la voluntad, la decisión, los recursos y los mecanismos para obligar a los demás a cumplir con el mandato. Entonces, quien o quienes imparten órdenes que no son cumplidas carece de autoridad real aunque nominalmente le haya sido conferida.

Cuando las órdenes no son cumplidas ni las instrucciones obedecidas y no pasa nada ni hay consecuencias, la ausencia o pérdida de autoridad se transforma de manera inevitable en una pérdida o carencia de credibilidad. Como nadie respeta mis órdenes ni las hace cumplir carezco de autoridad pero, y por eso mismo, carezco también de credibilidad porque a nadie puedo amenazar con imponerle leyes o castigos y cuando lo hago nadie pierde el sueño porque todos saben que no dispongo de los medios ni la determinación ni el compromiso para implementarlas.

Por vía de consecuencias resulta que esa falta de autoridad, es decir el hecho de que mis órdenes sean irrespetadas, de que mis amenazas carezcan de fuerza para persuadir emanan a su vez de un problema anterior que es la legitimidad; el hecho de que quienes están bajo mis órdenes saben que la autoridad nominal que ostento no es legítima en su origen ni se ha legitimado por la vía de los hechos. El cargo que ostento, el rango al que he sido ascendido, la posición que ocupo son percibidas como producto de una o varias trampas, maniobras, estafas, fraudes y de cualquier manera ilegalidades. Por lo tanto y producto de lo anterior, cuando quiero invocar mi autoridad nominal descubro que no tengo autoridad moral porque cada decisión mía está contaminada por el origen ilegítimo de la autoridad que ostento y porque esa autoridad no ha sido consciente y libremente aceptada por los demás, tanto mis iguales como mis subalternos. Puedo poner los condicionantes al revés o al derecho y el resultado será siempre el mismo. Si la población está acostumbrada, por tradición y cultura a entregar la jefatura al mejor cazador de la tribu o al viejo más sabio, aceptará como jefe a quien, siguiendo los procedimientos establecidos, sea elevado a la posición. Si esos procedimientos son violados y/o si la trampa permite el ascenso a la jefatura de alguien que claramente no tenía los méritos, entonces la legitimidad se pierde desde el principio y si, arriba de eso, el desempeño del nuevo jefe es contrario al interés general, la ilegitimidad da paso a una pérdida de autoridad y credibilidad irrevocables que históricamente preceden a la desobediencia y a la rebelión.

El drama dominicano de hoy es precisamente la caracterización del desorden descomunal, masivo, múltiple y multisectorial que nos aqueja y todo ese desmadre con su secuela de homicidios, abusos, inseguridad, desigualdad y pobreza aunque se ha venido labrando en varios gobiernos, encuentra su consagración última en la gestión de Danilo Medina: El siguiente titular del periódico Listín Diario, a propósito de una posible emergencia nacional lo ilustra mejor que nada ni nadie:

LO ANTES POSIBLE

Medina pide a sus funcionarios un plan de contingencia para enfrentar escasez de agua

EL JEFE DE ESTADO DIO LAS INSTRUCCIONES AL ENCABEZAR UNA REUNIÓN EN EL PALACIO NACIONAL CON TODOS LOS REPRESENTANTES DEL SECTOR.


Y ¿hay alguien, en su sano juicio en la República Dominicana entera que se crea que de ese pedimento, de esas reuniones o de esa decisión pueda salir un plan de contingencia para enfrentar la escasez de agua y que la gente vaya a respetarlo?

El Sr. Danilo Medina, quiérase o no, carece de la legitimidad, la credibilidad y la autoridad moral para implementar y hacer respetar ningún plan de contingencia para enfrentar la escasez de agua y tampoco lo tiene ninguna otra institución oficial porque en este país hay gobierno solamente para recaudar impuestos pero no para proveer los servicios y las garantías a que están obligados por haber cobrado esos impuestos.

Danilo Medina, para conseguir el acatamiento, la aceptación consciente, el sometimiento de la población no tiene la legitimidad, la credibilidad ni la autoridad moral imprescindibles para hacer realidad ninguna de las disposiciones, anuncios, promesas o amenazas que publican los diarios y registran las gacetas. Aquí se vive una ficción de anuncios y publicaciones que sustituyen la realidad en el debate público. El militar o policía de a pie está contratado, cobra un sueldo de miseria y está en la calle pero no hace nada porque su jefe no tiene ante él legitimidad, credibilidad ni autoridad porque no está calificado para el rango o llegó al mismo con trampa o no tiene voluntad ni vocación. El jefe de ese teniente vive lo mismo con el capitán, este con el mayor, el mayor con el coronel y todos los coroneles con los generales y esos mismos generales con los ministros y todos los ministros con el Presidente.

La RD es un país en desorden total. Ni siquiera las funciones mas rutinarias como el tránsito vehicular pueden desenvolverse con un mínimo de disciplina. Yo quiero que me digan, en presencia de una grave escasez de agua o en medio de alguna otra emergencia como las que suelen desatar terremotos y huracanes, ¿quién a nivel de calle tiene autoridad, credibilidad y legitimidad para imponer orden? Nadie. El desorden dominicano está vinculado y depende en los hechos de la fragmentación de la autoridad, la legitimidad y la credibilidad de manera que, por ejemplo, algunas personas, grupos o instituciones disfrutan de credibilidad y legitimidad pero solamente dentro de sus respectivas área de influencia sea barrial o confesional pero ninguna posee autoridad.

Otros, encomendados con la autoridad no pueden ejercerla por falta de autoridad moral y legitimidad. El narco por ejemplo, tiene autoridad y la ejerce pero confinada en exclusiva a la salvaguardia de sus intereses inmediatos. En ese contexto han de verse los partidos políticos, los empresarios y sus asociaciones, las iglesias, los gremios, las pequeñas organizaciones comunitarias, por supuesto el propio gobierno y los sectores que en medio de tantas carencias agitan el odio racial sin percatarse de las consecuencias a corto plazo de todo este desorden.

Los brutos se llevan a la escuela y aunque no aprendan nada se les enseña a obedecer.

Los imprudentes son peores que los brutos y no hay como detenerlos.

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