domingo, 4 de mayo de 2014

REFLECTORES PARA TOMÁS CASTRO BURDIEZ

Por José Carvajal
www.josecarvajal.com


Tomás Castro estaba cansado. Tenía encima el agotamiento propio del que deja a un lado las tareas cotidianas para convertirse en un soldado de feria. Era 28 de abril y en su nombre se había inaugurado una calle dentro del recinto de la Feria del Libro de Santo Domingo, honor que confiere el Ministerio de Cultura a personas que han dedicado su vida al quehacer literario y cultural. De modo que Tomás Castro es uno de ellos, y quizá más que otros que ya gozaron de ese privilegio en el pasado, merecía ser, por lo menos un día o unas horas, el foco de atención para el público que visita la Feria. Y así fue.

La diferencia de este poeta nacido en 1959 y los otros que han visto rotuladas con sus nombres las calles del recinto ferial, es que aprovechó la oportunidad para enarbolar un discurso contra la violencia que afecta al país y distribuir un poema suyo basado en el caso de Francina Hungría, una joven ingeniera que perdió la vista tras recibir un disparo en la cabeza durante un asalto a manos de cinco hombres armados.

En su folleto “Oración a los ojos de Francina” que puso a circular en presencia de la misma ingeniera Francina, Tomás Castro incluye la triste noticia de que cuatro de los asaltantes fueron absueltos por el Segundo Tribunal Colegiado del Distrito Nacional. Solo uno fue condenado por aquel acto de violencia ocurrido el 23 de noviembre de 2012.

He aquí un fragmento del poema:

Oración a los ojos de Francina
(Por la paz en las calles de América)

Para contemplar el dolor
de esta muchacha del azar
no habrá que ir al espejo
ni preguntar su apellido.

Bastará decir Francina
las calles se abrirán al fuego
abismal de la violencia
y el mal quedará en libertad.

La justicia va sin venda
con quienes a esta chica
condenaron a la eterna
sombra fatal de sus días.

Los culpables van a la calle
y los pañuelos a la cara
así salta el dolor brutal
hasta de los altos tribunales.

Jueces con temor sentencian
unos son condenables
y otros condecorables
la impunidad viste de santa.

(…)

Es también un acto de valentía más social que poética el que al final del folleto aparezcan las fichas policiales de los asaltantes liberados por el tribunal, una decisión criticada por el mismo procurador general de la República, Francisco Domínguez Brito, porque según él “lacera y hace perder la fe de la población en el sistema de justicia”.

Aunque todo ese esfuerzo del poeta debió cerrar con el broche de oro esperado, no fue así. Si en horas de la mañana Tomás Castro estuvo acompañado de un público entusiasta que acudió a saludarlo y aplaudirlo por la calle en su honor, en la noche su figura se perdió en la vorágine de los actos feriales. La falta de público en el lanzamiento de la décima edición de su exitoso poemario “Amor a quemarropa”, con ocasión de los 30 años de su aparición en 1984, convirtió aquello en un inesperado diálogo con escolares que entraron allí uniformados y en fila india por mandato de un funcionario de Educación.

El reto de la noche fue conectar con ese público que no tenía la capacidad de entender el significado de haber vivido 30 años. Yo mismo, como uno de los presentadores, quedé petrificado en el tiempo. Lo primero que hice fue desechar mi discurso escrito en el que hablaba de la perdurabilidad de la literatura y de que un libro saludable es aquel que nace con las características de lo imperecedero; que se impone a los avatares de la vida, y que respira el mismo aire que sus lectores.

También decía que “Amor a quemarropa” sobrevive en la memoria de lectores que se han ido haciendo más adultos junto con el libro, como la poeta dominicana de la diáspora Karina Rieke, que reaccionó a un anuncio en Facebook en el que se resaltaba la presentación que hice hace 30 años en Nueva York. “Yo fui a la presentación del 1984, tenía 13 años” —escribió Rieke al tiempo que aseguraba que se aprendió todos los poemas de memoria.

Ahora, mientras esperamos 30 años más para saber cuántos de los estudiantes que asistieron a la presentación de la décima edición se aprenderán poemas de memoria, podemos decir que este pequeño libro adulto sigue “vivito y coleando”, como si fuera ayer. Eso lo confirma el entusiasmo de los muchachos ante la lectura que hizo Tomás Castro al cierre del acto y del día en su honor. “Que nadie se sienta herido”.

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