jueves, 25 de abril de 2013

LA OPINIÓN DE MELVIN

IRONÍA Y NOSTALGIA
Por Melvin Mañón


La mañana del lunes 20 de abril 2013, la UASD investía con un doctorado Honoris Causa el Presidente de Ecuador, Rafael Correa. Era una hermosa mañana de primavera. El Alma Máter estaba repleta a todo dar y en la mesa de honor se sentaban, austeros, ceremoniosos, respetables o pretendiéndolo, rectores, vice rectores y otras autoridades académicas. Fue entonces, en ese preciso instante, que advertí la composición de ese conglomerado y súbitamente cobré conciencia de una ausencia notoria. Alguien que debió haber estado allí, alguien que hubiera disfrutado estar allí, alguien que tenía méritos para estar allí y alguien que toda su vida luchó para reivindicar los términos del discurso de aceptación presentado por el presidente Correa en ocasión de su investidura: quién faltaba era Rafael Fernando Guarocuya Batista del Villar, profesor meritísimo de la UASD y pasado rector de esa entidad; había fallecido, inesperadamente, dos días antes. Noté y lamenté su ausencia. Médico, cardiólogo, educador que rehusó enseñar en otra universidad que no fuera la UASD, hombre político de vocación y no de oficio, científico que dejó huella en universidades extranjeras. Guarocuya fue, durante mucho tiempo, uno de esos íconos donde acudían buscando ayuda y representación luchadores, soñadores, idealistas y hombres de bien.

Uno de los hijos de Guarocuya, Vicente a quien por afecto llamamos Cocó, me dijo hace años: Papá lee y aprecia lo que escribes y resalta la inusual franqueza con que admites haberte equivocado en algunas ocasiones.

Con los años, conocí mejor a Guarocuya, su hermano Bolívar, su esposa Margarita, sobrinos, sus hijos. Visitaba con frecuencia a uno de ellos: Cocó y a veces al propio Guarocuya en cuya casa compartimos cena en su honor hace apenas unas semanas. Con el tiempo Guarocuya me incluyó en una reducida lista de personas a las que servía de cardiólogo, así que, entre lecturas de presión y recetario hablábamos del tema que siempre le preocupó: su país y la esperanza que nunca le abandonó de que pudiéramos darnos un futuro mejor.

Mientras el Presidente Correa hablaba, y lo hizo por casi dos horas, relataba
los logros que, derivados de su gestión nacionalista, democrática y progresista posicionaban al Ecuador en un nuevo lugar en el hemisferio y el mundo. Reivindicando la supremacía del ser humano por sobre los intereses del capital, tema sobre el que volvió una y otra vez, Correa se revelaba ante este auditorio no solamente como un gran gobernante, sino como un luchador apasionado, un orador coherente y convincente, un dirigente de talla. Guarocuya hubiera disfrutado inmensamente ese discurso pero, solamente por dos días, no tuvo acceso a la enorme satisfacción que hubiera sentido porque el presidente Correa detallaba ante el auditorio lo que habían hecho con la deuda del Ecuador la cual compraron por el 35% del valor nominal de dicha deuda.

El presidente Correa relataba las auditorias de deuda, las inspecciones y verificaciones que ponían al desnudo la obscena complicidad de funcionarios públicos con banqueros y burócratas internacionales, funciones y roles literalmente intercambiables. Pero el presidente Correa no solamente habló de la deuda, sino también de la renegociación de los contratos petroleros y también de los mineros que han sido concertados partiendo de la única premisa válida: ninguna empresa explotadora de recursos naturales puede obtener de sus operaciones un beneficio mayor que el recibido por el propietario del dueño de esos recursos que es el país.

Correa hizo una descripción sorprendente, ingeniosa y bien documentada de la posición oficial de su país ante la tercerización de los contratos de trabajo, conocidos entre nosotros como subcontrataciones mediante las cuales, las grandes empresas “subcontratan” los trabajos o servicios que facturan como una manera de evadir pasivos laborales y aumentar su rentabilidad a expensas de los trabajadores y del fisco, lo cual, denunció Correa como inaceptable, tanto como las denuncias y sentencias absurdas con las cuales la prensa corporativa y la comunidad financiera acosan al Ecuador y al presidente Correa. Me habría gustado que Guarocuya lo hubiera escuchado. Durante la ceremonia de investidura Correa recibió un anillo que, en lugar de convertirse en propiedad personal suya, será enviado a museo como todos los regalos y donaciones que recibe un presidente en funciones y a mi lado y ante cada uno de los logros que anunciaba o los problemas que habían resuelto, la gente murmuraba, burlona, “igualito que aquí”.

Temprano en la tarde del mismo lunes 20, en el mismo recinto, pasados rectores y autoridades académicas de la UASD hicieron guardia de honor alrededor del féretro donde yacían los restos de Guarocuya. Volví esa tarde a pensar en la muerte inoportuna como la cantaba Miguel Hernández, en lo tanto que hubiera disfrutado ese discurso del presidente Correa y porque no decirlo, también tuve espacio para pensar y comparar lo lejos que estamos como sociedad de las realizaciones ecuatorianas.

Estaba demasiado a la vista la estatura de Correa y cuando el rector de la UASD quizás por cortesía, pero de todos modos inmerecidamente, comparó al presidente Correa con Danilo Medina me sentí ultrajado. Fue la única nota enojosa porque Correa exhibió en todos y cada uno de los párrafos de su discurso los hechos y las decisiones ante los cuales Medina se ha rendido sin pelear. Aunque ciertamente esa no era la intención, el discurso y las ejecutorias de Correa deberían avergonzar no solamente a Leonel Fernández sino a su sucesor Medina y por vía de consecuencias a todos nosotros los que no hemos sabido terminar de deshacernos de gente como ellos e inscribirnos en el curso de la historia que tantas veces hemos jurado escribir.

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