jueves, 11 de abril de 2013

LA OPINIÓN DE MELVIN

SEGUIMOS SIN ENTENDER
Por Melvin Mañón


La corrupción no es causa, sino consecuencia. Los funcionarios que delinquen aquí y en otros países incurren en esas prácticas atizados por la competencia generada en su entorno que los “obliga” a tener riquezas, bienes y facilidades que, además de darles seguridad a futuro, puedan exhibir como evidencia de su condición de triunfadores. La conducta corrupta es un medio hacia ese estilo de vida, por eso, no puede ganarse la lucha contra ella dejando intacto el modelo que la sustenta y la inspira.

Mientras la gente en general, y los políticos en particular sientan y crean que la medida de su éxito y de sus posibilidades dependen de la riqueza material y del poder que ostenten no se puede derrotar la corrupción porque la fuerza motriz que la desata es demasiado poderosa. Todos los que hoy son ministros o presidentes saben que mañana no serán nadie pero si además de eso son pobres, entonces es una tragedia.

En la política el mérito es triunfar y en lo personal enriquecerse.

Enriquecerse para consumir, para exhibir los bienes mal habidos y, si esos bienes no dieran la medida de su éxito, la corrupción perdería gran parte de su atractivo. El miedo a ser descubierto y a enfrentar una que otra sanción no es disuasivo equiparable porque el más corrupto siempre cree que nunca le atraparán y si a pesar de todo acontece, de alguna manera saldrá rico, se moverá a otros ambientes donde le recibirán con los brazos abiertos porque, después de todo, no ha pasado nada. Ni siquiera en lugares como China donde la corrupción se paga con la vida, la dureza de la sanción compite con la fuerza de atracción del modelo.

Estos párrafos vienen a colación por el escándalo desatado en Francia donde Cahuzac, ex ministro encargado de luchar contra el fraude fiscal confiesa haber cometido él mismo ese delito. Naturalmente, la confesión ocurre después que se hubo descubierto y documentado el delito. Frente a ese caso y según un titular del diario El País el martes 9 de abril de 2013:

“Hollande intenta poner coto al tsunami de la evasión fiscal en Francia”.

“El Elíseo- según la misma publicación- lanzará el miércoles un proyecto de ley para moralizar la vida pública y frenar la corrupción.”

Pero todos saben que recuperar la credibilidad perdida en el asunto Cahuzac será una tarea ímproba. No todos los días un ministro encargado de luchar contra el fraude fiscal confiesa haber cometido él mismo ese delito”.

¿Esta historia no les recuerda nada a los dominicanos? Existen tremendas similitudes entre el discurso, la amenaza y la promesa del presidente Francois Hollande y la que aquí ha pronunciado Danilo Medina. En ambos casos, seguimos sin entender. Hollande ni por ser francés, ni porque sea blanco está más cerca del logro que Medina. Si esa situación tiene lugar en Francia a la que todos reconocemos como una sociedad política mejor organizada que nosotros, piense el lector qué se puede esperar aquí.

“El Gabinete –informa El País- trabaja a toda velocidad para lanzar el miércoles una batería de medidas basada en las adelantadas la semana pasada por Hollande: reforzar la independencia de la justicia, reformando el Consejo Superior de la Magistratura; lucha “sin piedad” contra el conflicto de intereses mediante la publicación y el control del patrimonio de los ministros y parlamentarios; prohibición de ejercer cargos públicos a los condenados por fraude fiscal y corrupción.

La duda es si la necesidad de actuar con rapidez será compatible con la exigencia de ser convincente. “Las medidas serán estrictas y severas”, dicen fuentes cercanas al primer ministro, Jean-Marc Ayrault. “Será una ley muy completa que irá muy lejos en las cuestiones de transparencia, honestidad, lucha contra el fraude fiscal y los paraísos fiscales”.

Esto sucede en Francia. Vean la reacción del gobierno y parte de la clase política entonces a nosotros lo que nos toca es reírnos o llorar porque, ¿dónde están las leyes más severas? ¿Las producirá este congreso? No me hagáis reír. Y si tuviéramos las leyes ¿Donde están los jueces? Y ¿donde está y quien controla el consejo superior de la magistratura y la procuraduría y esto y lo otro?

La corrupción desatada en todo el mundo está inspirada por un estilo de vida y un conjunto de valores falsos pero dominantes. Luchar contra ella y sus causas no es una tarea auxiliar ni complementaria sino la gestión más importante de cualquier gobierno en cualquier parte del mundo. Creo, sin estar del todo seguro todavía, que Felipe Ciprián tiene razón en su artículo titulado: Reorientar el rumbo de la lucha. El problema, como advertía Alvin Reyes citando un blog Regenerar la Humanidad generado en España es que la corrupción afecta por igual a los de abajo y esta corrupción es más preocupante que la de los de arriba. ¿Quien realmente quiere acabar con la corrupción? Los políticos se acomodan a cualquier escenario.

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