lunes, 21 de mayo de 2012

MIAMI USA

LA VUELTA DEL TERRORISMO A MIAMI
Por Jesús Arboleya Cervera
progresosemanal.com

LA HABANA - Por fin, el Departamento de Bomberos de Miami confirmó lo que todo el mundo sabía y el FBI se había negado a confirmar: fue una bomba incendiaria, colocada con pericia de experto, la que destruyó las oficinas de la agencia de viajes Airline Brokers de Miami, anunciando la vuelta del terrorismo a la ciudad.

Sin el apoyo de importantes grupos de poder de Estados Unidos el terrorismo cubanoamericano nunca hubiese existido. De hecho, fue la CIA la que creó la mayoría de estos grupos durante la década del sesenta y la complicidad de los cuerpos de seguridad hizo posible que Miami se convirtiera en “zona de guerra”, cuando el gobierno de Carter intentó reformar la política hacia Cuba.

Ronald Reagan, mediante la Fundación Nacional Cubano Americana, decidió controlarlos a discreción y utilizarlos selectivamente en función de los intereses gubernamentales, por lo que el terrorismo cubanoamericano continuó siendo una amenaza latente para todo aquel que se opusiera a la extrema derecha, hasta que los sucesos del 11 de septiembre de 2001 crearon una contradicción que parecía definitiva, entre la actividad de estos grupos y los presupuestos fundamentales de la nueva estrategia norteamericana en el mundo.

Aunque ningún terrorista cubanoamericano fue detenido como resultado de la “guerra contra el terrorismo”, al parecer recibieron la orden de detener sus actividades por parte de la administración de George W. Bush, lo que vino acompañado de estímulos económicos y apoyo político, con el fin de que se convirtieran en “luchadores pacíficos por la libertad y los derechos humanos en Cuba”.

Imagino que, no sin cierta nostalgia y previendo un futuro incierto, muchos enterraron armas y explosivos en los Everglades o simplemente guardaron el arsenal en sus casas, para pujar por las migajas de los “programas cubanos” auspiciados por el gobierno y servir como “activistas” de los políticos miamenses.

Sin embargo, el caso de Luis Posada Carriles abrió la caja de Pandora, ya que demostró la incapacidad del gobierno estadounidense para enfrentar un problema que él mismo había creado y en el cual estaban comprometidos instituciones, funcionarios y políticos del país a lo largo de medio siglo. La debilidad demostrada significó un poderoso estímulo a los grupos terroristas, que nuevamente se sintieron impunes y la evidencia ya la tenemos en la bomba a Airline Brokers.

No fue un atentado cualquiera, sino que estuvo dirigido contra la agencia que, en coordinación con al Arzobispado de Miami, había organizado el viaje de los peregrinos a Cuba durante la visita del Papa Benedicto XVI. Fue un mensaje contra los “moderados” cubanoamericanos que auspiciaron este evento y contra la Iglesia católica cubana, propiciadora de una política de diálogo con las autoridades del país, la que además ha sido objeto de ataques verbales desenfrenados de la extrema derecha con el respaldo tácito del gobierno, como demuestran los editoriales de Radio y Televisión Martí contra el cardenal Jaime Ortega.

Nadie sabe si algún político de la extrema derecha miamense es cómplice de este atentado y ello explica su silencio, pero da igual, en definitiva resultó funcional para el propósito de atemorizar a los que abogan por un cambio de la política hacia Cuba y mantener un dominio sobre la comunidad cubanoamericana, que cada día resulta más cuestionado.

Su resultado ya es apreciable en la discreta actitud que rodea el acontecimiento. Aparte del mencionado mutis de las autoridades norteamericanas y de los políticos de la extrema derecha, cuyas razones se caen de la mata, la mayoría de los medios de información solo han reseñado el hecho con una “objetividad” poco usual en su estilo y tradición. Ninguno ha condenado el hecho y mucho menos se ha arriesgado a denunciar a sus perpetradores.

Tampoco tengo noticias que los moderados se hayan expresado al respecto, más bien su más reciente declaración, tres días después del atentado, estuvo orientada a “instar al gobierno cubano a liberar a todos los defensores de la democracia que se encuentran detenidos”, como si meter la cabeza en la arena pudiera salvarlos de la fiera que viene a devorarlos. Lo mismo ha sucedido con la Iglesia católica de Miami y solo los grupos defensores de la normalización de relaciones entre los dos países, así como órganos de prensa como Radio Progreso y Radio Miami, en sí mismos víctimas frecuentes del terrorismo en el pasado, han manifestado claramente su condena al atentado.

Al parecer los terroristas han logrado el objetivo de instalar nuevamente el miedo en la conducta política de sus adversarios y es comprensible que los aterre que se haya roto el dique que contuvo el terrorismo en Miami en los últimos años.

Volvemos entonces a la ecuación original. ¿Puede el gobierno de Barack Obama frenar al terrorismo cubanoamericano o, como Carter, será rehén de las fuerzas históricamente comprometidas con estos grupos? La respuesta a esta pregunta podría definir el futuro inmediato de la política miamense.

No es buena señal la indiferencia de la opinión pública norteamericana, donde las noticias sobre actos terroristas acaparan los principales titulares, y parece que la Fuerza Conjunta Antiterrorista, que lo mismo detiene a musulmanes que a fundamentalistas blancos, ha decidido no meterse con los cubanoamericanos. Quizá piensen que es una pérdida de tiempo perseguir a unos tipos que nunca condenan los tribunales, mucho menos en tiempo de elecciones.

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