miércoles, 16 de mayo de 2012

BOTELLA EN EL MAR

CARLOS FUENTES Y LOS TEXTOS CIRCULARES
PEDRO CONDE STURLA
pinchepedro65@yahoo.es

Ha muerto Carlos Fuentes, gloria de México, de América, del mundo, merecedor mil veces de un premio Nobel por su obra vastísima, grandiosa, estimabilísima, tanto o más que la de Octavio Paz. Aunque no sé si el Nobel se lo merecía a él, después de haber sido otorgado el de la paz a un Teddy Roosevelt que se jactaba de haber matado a un español con sus propias manos, al genocida Kissinger y a un Obama en pie de guerra contra iraquíes y el infeliz pueblo de Afganistán que le está infligiendo a varias potencias europeas y americana una derrota humillante que no les permite ni siquiera una retirada honrosa.

Acudo, pues, a la poesía, y sólo se me ocurre recrear este texto publicado hace años en Clave Digital a manera de homenaje a su memoria, y los de otros como Julio Cortázar y el dominicano José Mármol que fueron capaces de escribir lo que llamo textos circulares en los que todo habla de un perfecto dominio de la lengua.

No sé por qué se me antoja llamarlos textos circulares, quizás porque se cierran y abren sobre ellos mismos, quizás porque se dicen y contradicen, quizás porque se afirman y se niegan, quizás porque se buscan y se eluden, quizás porque se encuentran y desencuentran, quizás porque se dibujan y desdibujan, quizás porque se alimentan y retroalimentan de ellos mismos, quizás porque comienzan donde terminan y viceversa.

Como en las fugas de Bach, escapan notas y palabras que se encuentran y desencuentran para siempre. Como en el blues, el saxofón bordea las palabras, lentamente bordea las palabras.

Se confunden el poeta y el prosista. No hay forma de distinguir al uno del otro, como en las narraciones de Rulfo. Son textos con gran amplitud semántica dotados de grandes curvas de doble ancho conceptual y entrelazadas a las rectas de la lengua por espirales de transición que remiten a un solo sentido.

Uno de esos textos circulares es de Carlos Fuentes, en Aura (1962), libro de culto desde su primera edición:

“Lograrás verla cuando des la espalda a ese firmamento de luces devotas. Tropiezas al pie de la cama; debes rodearla para acercarte a la cabecera. Allí, esa figura pequeña se pierde en la inmensidad de la cama; al extender la mano no tocas otra mano, sino la piel gruesa, afiebrada, las orejas de ese objeto que roe con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias al conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar la mano de la otra”.

Otro es el clásico de Julio Cortazar, en Rayuela (1963):

“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”.

El tercer texto circular, no menos brillante que los anteriores, es de un poeta dominicano que apostó su nombre contra su homónimo, el famoso argentino José Mármol en el “Esquicio del vuelo” (1984).

“voy a dibujar un pájaro que es su mismo vuelo. y un vuelo
que aun no tiene pájaro. vuelo que se crea con su
pájaro. pájaro agotado en los tonos de su vuelo. no voy
a dibujar un pájaro volando sino su mismo vuelo
dibujándose. y en mi turno de sentirme dios. voy a crear
un himno para el viento y la memoria”.


Todo aquí, sin embargo, es homenaje a Carlos Fuentes.

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