viernes, 25 de noviembre de 2011

¡El coronel Rafael al Panteón Nacional!

Tony Raful

Los héroes no tienen votos. En su martirologio no alcanzan el tiempo presente, pero un día el tiempo presente será tiempo pasado, irremediable, y entonces, de la cosecha del pasado histórico, saldrán a relucir los valores, los gestos audaces, el sentido del deber, la pasión por la libertad. Y los que solamente buscaron votos y cámaras, los que colapsaron y se rindieron al presente escuálido, los que decidieron vivir sus vidas pequeñas y las despojaron de soles y luciérnagas, naufragarán en su olvido y sumisión exitosa. Los mártires no suman votos pero suman valores, relámpagos que hermosean la vida, llamadas puntuales a la dignidad de una nación, al momento estelar, donde los dioses de la historia piden el sacrificio de sus mejores hijos. En un recodo del camino hay un coronel que espera, no tiene prisa, asumió las dimensiones sociales y humanas de su época, y lo dejó todo por servir, por ser consecuente, por no ser indigno de sus compañeros oficiales, a quienes él convocó a la lucha por la constitucionalidad, y luego les reclamó la defensa de la soberanía nacional.

Estuvo inquieto cuando las hordas deshonrosas de los cuerpos castrenses, irrumpieron la madrugada del 25 de septiembre de 1963 en el Palacio Nacional, para deponer al mandatario democrático y de conducta progresista, quien había sido elegido por el voto de las mayorías nacionales en las primeras elecciones libres celebradas después del ajusticiamiento del tirano. Solamente el profesor Juan Bosch pudo detenerlo, cuando se aprestaba a liberarlo y enfrentarse a los golpistas.

Hubiese sido, quizás, una inmolación, pero un gesto como ese, hubiese roto la unidad militar e iniciada la resistencia popular hacia la reposición constitucional. Estuvo al punto de tomar por asalto el Palacio esa madrugada.

Menos de dos años después lo intentó decididamente, para limpiar de escorias sus fortificaciones y darle al Gobierno constitucionalista en armas, la posibilidad de negociar en mejores condiciones la “fórmula Guzmán”. Cayó combatiendo sobre el asfalto de la calle 30 de marzo, llegó a disparar tres cargadores de su fusil, avanzando, desoyendo la voz de mando del coronel Manuel Montes Arache, quien herido por los efectos de una granada en uno de sus brazos, lo instaba a retroceder. ¿Y desde cuándo los héroes nimbados por la luz de la historia, retroceden? ¿Volver acaso al edificio Copello, sede del gobierno en armas, con la frente cabizbaja, aceptando el revés, dándole la razón a quienes desconfiaron de la acción militar? Avanzando, saltando sobre las balas asesinas del invasor y tomando el espacio lateral del garaje de los tanques, se podía y se pudo apoderar del Palacio aquella tarde inolvidable. ¿Es que todavía se ignora que los efectivos de la brigada del “Clan de San Cristóbal”, apertrechados en los entornos, abandonó sus posiciones, incluso una poderosa arma calibre 50 que daba a los patios de las casas vecinas (entre ellas la del doctor Marcelino Vélez Santana, conjurado del 30 de mayo), silenciada por los disparos del coronel y los jóvenes del 14 de junio que lo acompañaban? Fue la barrera de fuego del ejército interventor la que salvó a los ocupantes del Palacio. Pero el coronel, luego de salir a la calle, desde los callejones vecinos, no retrocedió.

No se puede juzgar su actitud al margen de su ejemplo, de su legado, de su honor. Su valentía y coraje, aquella tarde, trazaron una línea de diferenciación ética, que todavía no cruzan los traidores, los desertores, los colaboracionistas. “La fórmula Guzmán o McGeorge Bundy”, estuvo al punto de concretarse.

El coronel fue enviado por el presidente Bosch para oficializar delante del otro héroe, el gran Francis Caamaño, las propuestas aprobadas con la comisión de liberales norteamericanos y puertorriqueños, un gobierno de transición democrática, que el presidente Johnson había aceptado para, como dijera el gobernador Muñoz Marín, “sacar las patas de Santo Domingo”. Bosch tuvo que emplearse a fondo para convencer al coronel que viajara en un avión norteamericano de la Cruz Roja. Esta fórmula ideada por el secretario Mc Bundy, uno de los asistentes especiales del presidente Johnson, llevaba como Presidente a don Antonio Guzmán, considerado hombre de Bosch.

Aunque hubo intentos posteriores a finales del mes de mayo, esta fórmula cayó destrozada junto al cuerpo del coronel la tarde del 19 de mayo de 1965. El hecho de que el coronel muriera atacado por las tropas interventoras provocó una ruptura de las negociaciones, incluso por varios días hubo una suspensión de los contactos con Puerto Rico y con Bosch. Nada pudo ser igual después de su muerte.

El coronel dio un salto hacia la gloria, nos enseñó con la cuota de su propia sangre, lo que significa el valor y el patriotismo. No lo queríamos muerto sino vivo, junto a Caamaño y el pueblo. Pero ahora lo tenemos iluminando la patria entera, sirviendo de arquetipo a los jóvenes oficiales de nuestras fuerzas armadas. Ahora lo llevaremos al Panteón Nacional, junto a Arlette y sus hijos y sus nietos, ahora que hay mucho ruido, iremos en silencio llevando una gigantesca bandera nacional tricolor. Que no nos confundan. Vamos como Patria.

Vamos emocionados a llevar los restos de Rafael Tomás Fernández Domínguez, como se lleva un sueño hermoso, una prenda preciosa, polvo enamorado, soldado invencible, cuyas ideas tremolan sobre el altar más alto de la Patria dominicana.

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