viernes, 7 de octubre de 2011

Los piojos del discurso: ¡Hasta el diablo se asquea!

La Iglesia Católica y el Cardenal López Rodríguez, han iniciado una cruzada, abogando por los "buenos" valores en los medios de comunicación. No sé quién le va a explicar a ellos cuáles son los buenos valores, pero yo les puedo adelantar algo de cuáles no son. Me gustaría saber ¿cuál es la altura y el nivel de unos líderes políticos, cuyas gestiones gubernamentales consisten en cagarse encima de la gente?

Por Sara Pérez

El pasado lunes, el escritor Pedro Conde Sturla, publicó en Acento un artículo titulado "La comedia electoral", en el que, en una loable labor de taxónomo, colocó en las casillas correspondientes a los dos Streptococcus Pyogenes de la política criolla, que se van a rebatiñar la Presidencia de la República en las elecciones, para ver quién encabezará el destripamiento del país en los próximos años.

A uno, tratándolo con cariño y haciéndole varias rebajas, lo encajonó entre los trogloditas, -bajo protestas de los trogloditas, que amenazaron con dinamitar la caverna- y aún sabiendo que en justicia el personaje califica para la tribu de los eslabones perdidos, que no han sido hallados justamente porque no se les ocurrió refugiarse en las cavernas, sino que se dejaron desintegrar a la intemperie, para regocijo de sus descendientes directos, los religiosos.

Al otro, no hubo forma de buscarle puesto en ningún sitio que no fuera entre los miquifriquis, categoría que hasta ahora no había sido bautizada, pero sí conocida.

De hecho, el Presidente Fernández es el principal miquifriqui del país y creador del miquifriquismo nacional, en su variación más agobiante, que es la conocida por unos discursos más envaselinados que los supositorios, mientras las actuaciones tienen más retruécanos que las alcantarillas del Infierno.

Hecha la clasificación, el autor nos dejó, a Koldo y a mí, la encomienda de añadir lo que falte.

No sé si Koldo se animará a hacer sus aportes, porque para hacerlos –y arruinarse la vida mencionando trogloditas y miquifriquis- tiene que incurrir en el sacrificio de escaparse por momentos, de entre los acogedores brazos de la deidad vasca, que ha tenido la condescendencia de tomarlo bajo su custodia y que tal vez no esté dispuesta a tolerar muchas distracciones.

Por un problema de higiene mental, yo agradezco el honor, pero declino responsabilidades muy persistentes en el seguimiento y atención de los especímenes que nos ocupan. Del primero, a quien mi mamá adora (pero la tía Elesticia, que es una Comesola, hace la señal de la cruz cuando lo ve) no soporto ni lo único bueno que tiene, que son los chistes pedestres, y del segundo no quedó nada por decir desde que le pusieron encima la lápida con su nombre: Miquifriqui.

Sin embargo, quiero referirme al tema de la "altura" y el "nivel" que a veces sale a flote, especialmente cuando un periodista o escritor hace calificativos enérgicos para evaluar las correspondientes actuaciones notables.

Se trata de términos imprecisos y relativos, extremadamente flexibles, que casi siempre se acomodan a la altura exacta de quien los esté mencionando. Y a sus intereses, y a sus miserias y a la amplitud o cerrazón de su cultura, a la agudeza o ceguera de su corazón, a la generosidad y la mezquindad del alma, a la prepotencia, a la tolerancia, a los derechos y deberes propios y al lugar en el que se ponen los de los demás.

La falta de "altura" y de "nivel" es bastante visible en los medios de comunicación y se corresponde con las precariedades en la educación del país, la corrupción y la siembra de imbecilidad colectiva, que tan beneficiosa resulta al gobierno, a la Iglesia Católica y a cierta parte del sector privado.

Precisamente, La Iglesia Católica y el Cardenal López Rodríguez, han iniciado una cruzada, abogando por los "buenos" valores en los medios de comunicación. No sé quién le va a explicar a ellos cuáles son los buenos valores, pero yo les puedo adelantar algo de cuáles no son: no son la codicia, ni la sed de poder, ni el obsceno enriquecimiento de una institución –y de algunos individuos dentro de ella- a costa de los bienes públicos ; ni el encubrimiento de pederastas, ni el apadrinamiento de los grandes ladrones, ni el apadrinamiento a la masacre a los ladroncitos de cuarterías, ni las conspiraciones contra la democracia, ni los atropellos a los derechos de las mujeres, ni los aportes a la desintitucionalidad del país, ni la complicidad con gobernantes corruptos, ni los chantajes al gobierno, cuando el gobierno no les floja su ración con rapidez o del tamaño que la quieren.

Los niveles tienen sus complicaciones. ¿Hasta dónde puede subir una voz? ¿Hasta dónde puede descender un silencio? Hay silencios que bajan al Infierno.

¿Alguien tiene un atrocímetro para medir la atrocidad de los acontecimientos de Higüey? ¿La de los niños confinados en sillas de ruedas, violados? ¿El incendio de la cárcel, con más de 150 personas muertas? Lo estaré mencionando, cada vez que pueda, hasta que me muera.

Eso no tiene perdón de Dios. Ni del Diablo tampoco. Hasta El Diablo se asquea, a veces. Los que no se asquean nunca son los muchos buenos sacerdotes que hay dentro de la Iglesia. Menciono a los buenos, porque los malos, sólo están siendo coherentes.

La crapulosidad se ha incentivado en la República Dominicana como si fuera parte de una identidad nacional, en la que muchas veces a la idiotez se le llama alegría.

Los requisitos para ser dominicano ahora son mayores. Ya no basta con comer plátanos, odiar a los haitianos, creer en la Virgen de La Altagracia y estar pendiente de todos los chismes de verijas ajenas que nos pasen cerca.

Ahora hay que tener una bachata (de las que sean más insoportables) puesta a todo volumen a las tres de la mañana; cruzar los semáforo en rojo (y detenerse cuando está en verde), parar el vehículo en el medio de la calle (preferiblemente una "autopista") para comprar aguacates, con cien mil carros tocando bocina atrás; no hacer la fila ni muerto; ponerlo todo en oración –es verdad que Dios tiene sangre de cucaracha-, durar por lo menos tres cuartos de hora saludando a cada persona con la que te encuentres en el trabajo; hablar mucho, por horas, por días, por semanas, por años, por siglos, como El Presidente y El Cardenal. Hay que aparentar. Hay que simular. Hay que hacer bulto. Hay que ser cualquier cosa menos uno mismo y hay que hacer cualquier cosa, menos pensar un rato.

En el ambiente hay una mascarada de decencia ficticia, hecha como con cáscaras de huevos hueros, sobre la que no se puede pisar.

También ocurre que todos los ladrones del gobierno, todas las botellas, todos los que tienen contratas irregulares, todos los que hacen un patrimonio particular con los bienes públicos, andan en ciertas ocasiones muy preocupados por las alturas y los niveles.

Me excusan la expresión, pero a mí me gustaría saber ¿cuál es la altura y el nivel de unos líderes políticos, cuyas gestiones gubernamentales consisten en cagarse encima de la gente?

¿Es más alto o más bajo el nivel de una sociedad sobre la que se viven cagando, cuando esa sociedad calla o cuando esa sociedad se queja?

No es muy cómodo sentarse a escuchar al Presidente de tu país explicarle a un grupo de acólitos cómo va a gastar 40 mil millones del erario en operativos populistas de campaña, en parches desechables y no en los jodidos programas serios e integrales para resolver verdaderamente los problemas. Y eso, aparte de otros 200 millones que hay que darle al Miquifriqui oficialmente para la campaña, quien también recibirá 400 millones más de los empresarios a cambio de compromisos lesivos al bien público, más los otros 300 que van a sacar con una varita mágica de uno de los sombreros de Doña Margarita.

¡Y esta cuadrilla llevando y trayendo todos esos millones por el frente de los hocicos de la gente!

¡Y no se le puede dar el 4% a La Educación! ¡Y el país cayéndose a pedazos!

¿Cuántas veces, por cuántos años hay que dejarse joder de los miquifriquis y de los trogloditas antes de que tenga mucho nivel y mucha altura decir: ¡COOOOÑO! ¡Basta! ¡Quítenseme de encima!?

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