miércoles, 6 de julio de 2011

Albert Camus: filosofía y escritura

Por DIÓGENES CÉSPEDES

En estas mismas páginas de AREÍTO, poco ha, hube de referirme, al estudiar la influencia del existencialismo en la literatura y la cultura dominicanas, a la personalidad de Albert Camus, cuya filosofía del absurdo es dialécticamente inseparable de su sistema de escritura, aunque lo inverso no sea cierto, pues entonces la obra literaria se confundiría con una ideología –la del discurso filosófico del absurdo-. Semejante identidad anularía el valor de los textos de ficción del gran escritor y pensador francés.

Salvo que no me dirija a especialistas sobre estudios existencialistas, y con mucha mayor razón si escribo para un público como el de la prensa, recurro casi siempre a un resumen bien hecho para una revista literaria como lo fue Cuadernos Dominicanos de Cultura, a Segundo Serrano Poncela, un intelectual español exiliado en nuestro país y que luego emigró a Venezuela.

La síntesis de Serrano Poncela se reduce a esto: «En Albert Camus la concepción existencialista de la vida adopta una posición radicalmente extrema.» (Revista citada, n.° 45/46, de 1947, p. 557) ¿En qué consiste tal posición y en qué se diferencia de los demás discursos filosóficos existencialistas: Husserl, Heidegger, Sartre…? Los de estos creen en el auto engaño; Camus no.

Las tesis de Camus sobre este tema están contenidas en su libro “El mito de Sísifo” (publicado en Gallimard en noviembre de 1942), y curiosamente en julio del mismo año vio la luz en la misma editora su novela fundamental “El extranjero”, cuya simbología extrema tiene sus raíces en “El castillo” y “La metamorfosis” de Kafka, mientras que el texto teórico las tiene de León Chetov, Kirilov, Nietzsche y otros filósofos que trabajaron la teoría del absurdo y el supuesto “destino” del ser humano.

Serrano Poncela la abrevia así: «La existencia no sólo es gratuita e injustificable, va más allá: carece de sentido, es absurda e ininteligible. Su constante razón de ser convierte al vivir diario en una despersonalizada aventura cuyos accidentes, siempre ajenos en última instancia al individuo afectado por ellos, parecen estar destinados a justificar la falta de sentido, en general, del Universo.» (Ibíd.)

Apunta Serrano Poncela que «de esta sucesión de arbitrariedades, las que por otra parte corresponden lógicamente al total absurdo alógico que nos contorna, se desprende una atmósfera de lucidez acompañada de un ‘tedium vitae’ apacible y somnoliento, en virtud del cual, admitida la falta de importancia y finalidad del existir, el individuo no debe sentirse desdichado. La desdicha es la consecuencia de una imposibilidad originada por el alejamiento entre una finalidad y los medios para alcanzarla. » (Ibíd.)

La «sucesión de arbitrariedades” son los hechos históricos que no podemos controlar debido a que, individualmente”, según lo plantea Camus, el ser humano “sólo interviene –y eso en cierta medida- en los fenómenos interiores de su reducido perímetro físico; todas sus intervenciones exteriores se rigen por la ley de probabilidades del azar. Fuera de esta acotación fronteriza, un mundo ajeno se extiende en frías y silenciosas ondas hasta el infinito. El hombre va y viene, por él, como ‘un extranjero’. Todos los sistemas filosóficos han tratado de falsear esta verdad elemental y de aquí su temporalidad y su fracaso.» (pp. 557-58)

¿Por qué el ser humano solamente puede actuar y controlar la finalidad de sus acciones en el reducido círculo de su contexto, e incluso no siempre? Porque en la vida social se enfrenta al poder histórico de los sistemas sociales y en el mundo de la trascendencia al poder de lo sagrado que él tampoco controla. Es decir, que se enfrenta «con fuerzas poderosas e ilógicas del universo”. En otro libro, “El hombre rebelde” (publicado en 1951), Camus dirá que ante estas fuerzas poderosas e ilógicas del universo, al sujeto solamente le queda un camino, el de la transformación, o sea la revolución, pero estimo que esa revolución triunfante, y muchas han triunfado, conduce a instaurar un orden nuevo con fines viejos: el mantenimiento del nuevo poder y el surgimiento de una nueva casta de jefes que se abrogarán el papel de “ejecutores de las ilusiones” de todos los sujetos de la nueva sociedad.

Ante el orden viejo o un orden nuevo, ¿cuál es la finalidad del ser humano? Serrano Poncela lo sintetiza así: «En el mundo de Albert Camus el vivir equivale a una continua sorpresa para cuya recepción el hombre se halla siempre impreparado, debido a su propensión a auto engañarse. El auto engaño es producto de dos actitudes puramente imaginativas y racionales que nada tienen que ver con la existencia en sí: el egoísmo y el afán de inmortalidad como derivado sublimado de la actitud egoísta.» (p. 557)

Puesto que este ser humano que puebla el planeta Tierra posee la propensión a auto engañarse, porque cree que después de esta vida le espera un paraíso prometido por las religiones, edén donde vivirá eternamente feliz, es difícil que se auto desengañe, porque tal actitud es fruto de “dos actitudes puramente imaginativas y racionales”, y a través de lo racional el ser humano cree que posee la verdad y se niega, en virtud de que se cree merecedor de un destino superior, a contemplar la posibilidad de que su finalidad, una vez fallecido, sea la misma que la de un caballo, una vaca o un burro muerto en la sabana por un rayo. Solo la posesión del lenguaje le hace creer al ser humano que él es superior a los demás animales que no hablan.

Ante este auto engaño, Camus plantea cómo puede el ser humano librarse de la desdicha de sufrir al no poder alcanzar la finalidades que se ha propuesto en la vida: «La única filosofía apta para resignar al ser humano con su suerte es la que, evitando todo intento de conciliación entre antagónicos, le hace inteligible la percepción de una aparente ininteligibilidad: la filosofía del Absurdo.» (p. 558)

Concluye Camus, poéticamente parafraseado por Serrano Poncela: «…el reconocimiento del Absurdo suprime la desdicha. Sólo el que espera con arreglo a determinadas previsiones la aparición de un acontecer que, por otra parte, sobreviene ajeno a ellas, puede ser desdichado.» (Ibíd.) De aquí, las angustias existenciales en que vive sumida la humanidad, en espera siempre de unos acontecimientos programados de acuerdo la imaginación y la razón, donde no cabe ni un hilito de duda cartesiana.

Pero no existe un solo acontecimiento que sobrevenga conforme a lo planeado por los seres humanos. Eso contradice el principio de la arbitrariedad radical de la historia y del lenguaje. Semejante acontecer contradice la dialéctica de la lucha, las estrategias y las apuestas de “las poderosas fuerzas ilógicas del universo”. Solo las pequeñas acciones cotidianas del ámbito íntimo del ser humano pueden ser llevadas a cabo conforme a lo planeado, y muchas veces ni siquiera es así, pues programamos ir al trabajo, al supermercado, visitar un familiar o amigo, ir a una fiesta, a un paseo, a una excursión, a un restaurante, al cine, y de buenas a primeras se presenta un imprevisto que nos obliga a posponer una de estas actividades: una enfermedad, un olvido, la muerte de un familiar o una amistad o cualquier otro hecho radicalmente arbitrario, propio de la historia humana o personal.

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