lunes, 14 de diciembre de 2009

Las migraciones no son algo casual

Por Isaías Medina Ferreira

Con la ascendencia al poder de Barack Obama, todos creíamos que la suerte de los inmigrantes cambiaría. Pero aunque la amenza y la presión parecen haber flojado un poco, la iniciativa de llevar a cabo una verdadera y justa reforma migratoria ha tomado el asiento de atrás a otros problemas más apremiantes para la administración y el problema de la reforma sigue en el limbo. Si bien este artículo fue escrito hace un par de años, poco ha cambiado en la situación de los indocumentados que siguen siendo vilipendiados y maltratados.

Todos estamos al tanto de la cacería de inmigrantes que se ha desatado en los últimos años en los Estados Unidos. Y también de las medidas que algunos quieren tomar con miras a parar la entrada de estos al país, criminalizándolos o creando vallas entre Méjico y los Estados Unidos (¿No han erigido otras civilizaciones vallas similares que nunca sirvieron para lograr el propósito para las que fueron creadas y hoy sólo son una atracción turística?). Por otro lado, los estudios revelan que más del 40% de los indocumentados en Estados Unidos entraron legalmente, con visa, y se quedaron después que ésta caducó.

Antes de entrar en materia, quiero que se entienda que reconozco y respeto el derecho de cada país a controlar y regularizar la inmigración en sus fronteras. En el caso que nos ocupa, sin embargo, hay circunstancias históricas que hacen la inmigración hacia territorio norteamericano, sobre todo desde Latinoamérica, una reacción lógica y justa ante el “tío” desalmado que tiene mucho que ver con la condición de miseria que viven los países desde donde se origina el éxodo humano. Además, queremos llamar la atención respecto a que los implicados, por ser indocumentados, no son necesariamente criminales. En el presente escrito abogo por la justicia, como lo declara la carta de los derechos humanos, y porque acabe la explotación de esos hermanos en necesidad. El asunto que nos ocupa es un problema humano, antes que nada. Es preciso por lo tanto defender la dignidad de esos hermanos nuestros que son más desafortunados.

Los Estados Unidos tienen una población de inmigrantes indocumentados que según el Pew Research asciende a 11.1 millones. Estos, por virtud de su ilegalidad, están marginados del resto de la sociedad norteamericana, son económicamente vulnerables, políticamente privados del derecho de representación y viven aterrados de tener contactos con las instituciones sociales que manejan la salud y la educación, y más que nada, “La Migra”, como se les llama a las autoridades de Migración. Los niños de indocumentados que nacen en los Estados Unidos están condenados a una vida limitada económicamente la cual les impone barreras enormes para asimilarse a la sociedad en general. Los inmigrantes indocumentados son una verdadera subclase dentro del sistema más rico del mundo. Su mundo no podría ser más azaroso.

Mientras recogía información para este artículo, tuve contacto con varias personas, entre ellas un agente policial amigo que me contaba del caso de unos indocumentados en Lynn, Massachusetts, que eran presas constantes de los ladrones. Todas las semanas eran los infelices asaltados y despojados de todo lo que habían ganado durante la semana, pues al no poder tener libretas de banco, debían andar con el dinero encima y eso lo sabían los asaltantes.

Esos hermanos nuestros, que han expuesto el pellejo a toda clase de peligros para llegar a la “tierra prometida”, son víctimas en múltiples formas. Primero, de las faltas de oportunidades de sus países de origen y de los errores de sus gobernantes; segundo, del sistema al que llegan, el cual los explota sin misericordia y los deshumaniza; y, por último, son víctimas de las mentiras y mitos que se tejen respecto a su estatus. Encima, ¿ahora quieren criminalizarlos?

Es increíble la ignorancia que existe entre el ciudadano americano común acerca de los inmigrantes. Según los sajones con quien hablé, los indocumentados vienen a quitar trabajos a los nativos, a recibir cuidados médicos gratis, a vivir de “welfare” (asistencia pública), y, por los salarios de hambre que devengan, a bajar el nivel de vida de la sociedad en general. Nada más lejos de la verdad.

En una animada conversación que sostuve con uno de mis estudiantes sajones vino a colación el tema de los ilegales, y, por supuesto, salieron a relucir esos mitos. Traté de explicarle, que los inmigrantes ilegales viven demasiado asustados de las autoridades para exponerse a buscar ayuda social y que, además, estos son necesarios en el país, hasta el extremo de que si pudieran agarrarlos a todos y deportarlos, la economía americana sufriría un colapso de consecuencias inusitadas, porque los “mejicanos”, como dicen ellos, hacen todos los trabajos que nadie más quiere hacer. Le dije, a manera de orientarlo, que viera la película “Un día sin mejicanos”, (A day without Mexicans), para que comprendiera, de manera jocosa, lo que le quería decir.

La sociedad sajona es sensible a, y cree, que el influjo de inmigrantes sea culpable de mantener los salarios relativamente bajos. El salario mínimo ha estado estancado por más de 8 años, y quienes se oponen a subirlo son precisamente quienes quieren cerrar la frontera. Además, la queja debe ser contra los empresarios, quienes prefieren trabajadores indocumentados, porque los pueden explotar sin que estos puedan quejarse, en connivencia con las autoridades federales y estatales que miran hacia el otro lado. Si en los Estados Unidos no hubiera trabajos para ellos, los inmigrantes no vendrían. Caso ilustrativo: Wal Mart, la compañía más poderosa del mundo, emplea miles de esos inmigrantes ilegales, les paga salarios de hambre y no les da beneficio médico. Es decir que las grandes compañías, que les gustaría perpetuar el estatus ilegal de esa gente, son las primeras beneficiadas, y es por donde se debe comenzar a regularizar el problema de la inmigración. Aquí tenemos un caso de doble moral: los inmigrantes son buenos para cuidar niños, recoger frutas, destapar cloacas, recortar el césped, trabajar en la construcción y enriquecer a sus patrones de mil maneras, pero no merecen un pedazo del pastel.

Otro de los argumentos esgrimidos por los enemigos de los inmigrantes es el de la seguridad nacional. No hay pruebas de que los inmigrantes ilegales sean terroristas o se dediquen a acciones reñidas con la ley, aparte del hecho de estar aquí sin papeles. Quienes perpetraron los hechos del 11 de Septiembre entraron todos legales al país. Según los cálculos del Concilio Nacional de La Raza, 96% de los inmigrantes indocumentados trabaja arduamente y no tiene tiempo más que para sobrevivir.

Los xenófobos buscan que se pasen leyes para que los indocumentados se juzguen como criminales. En primer lugar, sería absurdo pretender que se van a localizar, arrestar y a deportar casi 12 millones de personas. Creo que lo más conveniente para esta sociedad sería decidir si quiere crear una subclase permanente de trabajadores indocumentados que pueda ser explotada por empresarios inescrupulosos, con el consiguiente malestar social que ello fermentaría, o buscar la forma de que estos indocumentados sean beneficiarios de la promesa americana, dándoles la oportunidad de que se asimilen al sistema, el cual se beneficiaría de su disponibilidad para trabajar, pagar impuestos y contribuir. Cuando se crea una subclase dentro de un país, la presión social es difícil de contener, y tarde o temprano degenera en caos. La prueba más fehaciente de ello se dio en Francia, hace sólo unos cuantos años.

Otra de las preocupaciones del ciudadano americano es que legalizar a los que están aquí atraiga más ilegales. Sólo hay una forma de evitar eso. Hay un tratado llamado NAFTA, firmado con Méjico y Canadá, y otro, DR-CAFTA, que incluye a República Dominicana y a los países centroamericanos, que permite el libre tráfico de productos. Porque estos tratados garantizan los derechos de los inversionistas y no el de los trabajadores, con NAFTA, ante la importación de productos que antes ellos producían, millones de mejicanos pobres han caído en la miseria y han tenido que desplazarse de sus comunidades. Se entiende entonces que ellos vengan a los Estados Unidos, no porque quieran dejar sus hogares, porque sí, sino porque están desesperados por trabajar y en su medio no lo encuentran. A un famoso “gangster” se le preguntó una vez que porqué robaba bancos; su respuesta fue determinante: “Porque allí está el dinero”.

La única forma para parar el flujo de inmigrantes hacia los Estados Unidos es si esos tratados ayudan a que los estándares de vida de los habitantes de los países firmantes suba. Mientras NAFTA, y tratados similares, sean sólo un club de multimillonarios avariciosos, tanto de Estados Unidos como de los países firmantes, no parará el flujo de inmigrantes desesperados dispuestos a arriesgarlo todo por conseguir un mendrugo de pan para sus familias.

Los Estados Unidos pueden seguir gastando miles de millones de dólares tratando de mantener a los inmigrantes detrás de sus muros y atrapar esos que están aquí y deportarlos; o dedicar la energía y los recursos que ahora se desperdician en una guerra sin sentido en Irak a establecer verdaderos lazos de unidad y cooperación con sus vecinos de forma que los ayude a elevar su nivel de vida, ganando con ello verdaderos socios comerciales y, en el proceso, reduciendo la miseria desesperante que impulsa a un individuo a arriesgar la vida en una yola, un túnel, un tren de carga o un desierto inhóspito. Mientras los tratados sólo favorezcan a un lado, el flujo de inmigrantes no parará.

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