martes, 6 de octubre de 2009

La doble vida de Castel

Cuento
Por César Sánchez Beras

Inspirado en la novela El Túnel, de Ernesto Sábato. Note en el protagonista los mismos celos e inseguridad enfermiza del personaje de El Túnel.
César Sánchez Beras es un escritor oriundo de San Pedro de Macorís quien al presente reside en Lawrence, Massachusetts. César es ante todo poeta y decimero, pero también escribe obras infantiles y, por supuesto, cuentos. Su obra, El Sapito Azul, ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil (2004). Ese mismo año, su obra Días de Carne ganó el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña de Henríquez, en la República Dominicana. César es poeta laureado de Cambridge College, de Cambridge, Massachusetts


La primera vez que llegó al pueblo causó un alboroto de tal magnitud, que fue necesario que los más viejos del pueblo arrastraran a los pequeños que llegaban en masas para ver la vieja camioneta Ford que hacía su entrada.

Yo no estaba ni entre los más jóvenes ni entre los más viejos. Tenía entonces 15 años, pero ya tenía la mala costumbre de no juntarme con los muchachos de mi misma edad, por lo cual parecía mucho más adulto de lo que en realidad era.

La camioneta hizo su entrada triunfal un domingo de 1946, sé con seguridad que era domingo porque ese día yo estaba en el parque y sólo voy al parque los domingos. La camioneta era una vieja Ford que en un tiempo debió ser azul pero que para entonces era de un color impreciso, igual que la camisa que me pongo para recoger el café a final de la cosecha.

La cama del vehículo era enorme y estaba repleta de unos tramos de maderas, que de tan parejos, daban la impresión de que originalmente eran de una bodega. Sobre cada tramo colgaba un rótulo escrito a mano, con una letra hermosa y simétrica. Eran los campos de las ciencias y las letras a la que pertenecían los libros, que estaban colocados en largas hileras, ordenados de mayor a menor y con los lomos hacia afuera para que fuera fácil encontrar cualquiera de ellos en un momento dado.

Sólo al final de los tramos, casi escondido a la vista de los más curiosos como yo, se encontraba el letrero que rezaba: “Bibliobús Emilio Demorizi”. Don Pablo, el encargado de la biblioteca ambulante, era un señor regordete, con unos bigotes como de charro mejicano, pero más descuidado. Nunca lo vi sin su sombrero marrón de alas cortas. Siempre tenía un libro de color negro en las manos, pero que yo sé que fingía leerlo, porque nunca le vi cambiar una página ni mover la vista de dirección.

Don Pablo y su Bibliobús llegaban al pueblo de improviso, sin decir cuándo se marcharían y mucho menos insinuar cuándo volverían por el pueblo, con su carga de historias fascinantes y su multitud de conocimiento. La primera vez que hablamos, él me pareció un hombre buena gente, yo quería pedirle un libro de poesía que le vi a mi maestra de noveno grado, pero pensé que me iba a tomar por un afeminado cursi. Por eso opté por dejar que él me recomendara un libro y así yo no me delataba.

Le conté que estaba enamorado de una muchacha a la que no entendía y que ella tampoco me entendía a mí, pero que ambos nos amábamos por encima de cualquier impedimento terrenal. Él me miró extrañado, se alisó un poco los bigotes y como si fuera un autómata, se encaminó hasta el fondo de la camioneta, se acuclilló y extrajo un pequeño libro, que de lejos me pareció insignificante. Era El Túnel, de un escritor argentino de apellido Sábato.

El tiempo para leer el libro era hasta el otro día, puesto que la biblioteca ambulante permanecía solamente un día en cada pueblo que visitaba. Pasé la noche entera leyendo a la luz de una lámpara el pequeño libro que me fue embriagando con el amor tormentoso de uno de los personajes, el cual se llamaba Castel. Había tanta similitud entre la vida de los personajes del librito azul y mi propia vida, que sin querer, yo vivía la vida de Castel y le atribuía a Teresa, mi novia, la vida de la muchacha de la novela El Túnel.

Cuando el sueño me venció en la madrugada, sólo había alcanzado 24 páginas del libro. Fue imposible rogar que me lo dejara hasta que regresara la biblioteca al pueblo, porque ni él mismo sabía cuándo vendría. Dos meses y seis días tardó don Pablo en volver. Desde que escuché el alboroto de los niños en el parque, me vestí lo más rápido posible y casi sin saludar le pedí el libro de Sábato y lo fui leyendo en el camino.

Al llegar a la página 70 ya no me quedaban dudas, ese libro fue escrito para Teresa y para mí, eran nuestras vidas contadas de forma literaria por alguien que bien pudo imaginarse la historia.

Han pasado seis meses y don Pablo regresó con su biblioteca ambulante. Es increíble. Asombrosamente delicioso ver que Castel tiene los mismos temores que yo, los mismos celos infundados, el mismo vacío de pensar que en cualquier día ella lo va a dejar, como pienso yo que lo hará Teresa conmigo. Con Teresa la coincidencia es total. La misma ternura en la voz, la misma forma de explicar su ausencia, la misma forma de querer dejarme por mis extravagancias.

Sin que Teresa lo sepa, no hago nada sin antes compararlo con el libro. Después de todo, puedo ver con más claridad las cosas, como si yo fuera un doble espectador, mirando por un lado la vida de Castel y por el otro comparando la novela con mi propia vida. Leer la novela y vivir mi vida es lo mismo. Yo puedo ver tan sólo el día que me toca diariamente y don Pablo regresa cada cierto tiempo en el que yo alcanzo a leer sólo unas páginas.

Teresa lleva diez días que no me habla y hace más de un mes que no hacemos el amor. La gente dice que ella no me quiere, que se fue aburriendo poco a poco de lo loco que me estoy poniendo con eso del libro que narra nuestras vidas. Pero yo estoy calmado, debo estar calmado, porque yo soy un tipo sereno de cabeza fría. Pero la verdad es que me molestan las dudas, por eso estoy esperando la biblioteca de don Pablo, porque sé que en el túnel de Castel está la verdad de todo esto. Estoy seguro que antes de llegar al final del capítulo siete, sabré si Castel mata a la muchacha y si Teresa realmente ya dejó de amarme.

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