viernes, 21 de agosto de 2009

¿Y?

Por Andrés L. Mateo
Clave Digital

Aristípo Vidal arrendó “Bienes Nacionales” sin que lo supiera el Congreso, y se demostró, con pruebas, que el “contrato” se mantuvo vigente durante seis meses. Quitándose la sueñera de encima con el jarro de agua de la reelección, el tipo despabiló su ronquera diciéndole al país: ¿y?

Cuando en febrero de 2005 La Isla Artificial nos puso a soñar con el Kuwait del Caribe, Eduardo Selman era aún un tipo cojonudo. Un millón de metros cuadrados frente al litoral sur es una idea del rango suntuoso de la empresa, que dejó un sacudón de cuestionamientos en el Senado y en la cámara de diputados. Un “inversionista” debería ser la persona audaz que muestra su trasero, ¿y?

La Sun Land es la frase jerárquica de la corrupción en nuestro país. Desplomó toda la algarabía del estado de derecho, expandió la destreza frástica del Presidente, y reconfiguró la idea de la impunidad deslizándola subrepticiamente hacia el lugar del miedo. Incluso quienes eludieron el bulto sabían qué ocurrió con la Sun Land, ¿y?

Los viejitos jubilados que la mafia de finanzas estafaba tienen que acomodarse a vivir la ambigüedad de ser, por una parte un número; y por la otra, un expediente intratable. El cuerpo anónimo de esos infelices, a quienes le sacaron cincuenta millones de pesos, chirría de impotencia porque los ladrones susurran: ¿y?

La corrupción en el Programa Eventual Mínimo de Empleo (PEME), ¿y? El Plan Renove, ¿y? La decoración de la Suprema, ¿y? El caso de la Comisión de Reforma de la empresa Pública, ¿y? El contrato de Bayahíbe suscrito por el Secretario de Turismo, ¿y? La corrupción en la CAASD, ¿y? La jubilación y otros manejos del León afeitado de Matos Berrido, ¿y? Las cuentas gordas de Peña Guaba, ¿y? La mafia de los pasaportes de la Liga Municipal, ¿y? Los cinco mil millones contratados grado a grado por el secretario de Obras Públicas, más los doscientos milloncitos que se le olvidaron en la declaración jurada, ¿y? Los ciento veinticinco millones del subsecretario de Salud Pública, que unos ladrones hallaron en su casa, ¿y? La orgía del PRA, ¿y? La verdad escandalosa en la Secretaría de Educación, ¿y? El contrato de arrendamiento del Hotel Montaña, ¿y? Las nominillas C y B, ¿y? Vivian Lubrano, ¿y? La nominilla de Euclides Gutiérrez, ¿y? El Metro, ¿y?

Dejando un largo etcétera podríamos caer en la corrupción en la CDEEE, para proclamar que éste es el país del ¿Y? Nada sucede, nada. Estamos en el estado rudimentario y cada nuevo acto de corrupción nos atraviesa como un recuerdo circular. Escribir, nombrar, indignarse; arrojar el panfleto y vomitar, ortografiar los valores y maldecir en un mismo movimiento, todo es un murmullo apenas. ¡La corrupción ha triunfado!

El orfeón gigantesco que nos gobierna, después de una denuncia documentada, puede virarse impertérrito ante el país y entonar, como en un coro griego, la canción del ¿y? Porque nada sucederá.

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